ABC (Sevilla)

EL CIS, A LAS ÓRDENES DE ILLA

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Moncloa no cesa en su empeño de dimensiona­r el «efecto Illa» frente al independen­tismo. Pero Junts sigue creciendo y amenaza la estrategia de ERC, que a la larga podría perjudicar a Sánchez

EL CIS ofreció ayer un nuevo ejemplo de por qué es un organismo al servicio del Gobierno y no de la demoscopia. Primero, por difundir un sondeo «flash» inédito cuando apenas faltan diez días para las elecciones catalanas, cosa que no había hecho hasta ahora, y segundo, por estar claramente diseñado a la medida del candidato socialista, Salvador Illa. El PSC no solo arrasa subiendo diez puntos y se proclama como el partido más votado, sino que Illa es con diferencia el candidato más valorado, por encima de los independen­tistas Pere Aragonès y Laura Borràs. Las urnas dirán si el CIS ha hecho un cálculo ajustado a la realidad o si vuelve a equivocars­e, como lo hizo muy seriamente en su pronóstico de las elecciones vascas y gallegas, cuando atribuyó al PSOE una expectativ­a de voto por encima de la que realmente logró. En aquella ocasión, el CIS infravalor­ó el desgaste que podía acusar el PSOE como principal partido del Gobierno por su gestión de la pandemia, y finalmente recibió un castigo superior al calculado, especialme­nte en Galicia. Ahora, el CIS vuelve a ser un gregario de lujo en la estrategia de La Moncloa para dimensiona­r como sea el «efecto Illa».

Es cierto que las expectativ­as de crecimient­o del PSC se basan en la fulminante disolución del voto de Ciudadanos, que pasaría del 25,3 por ciento del voto a solo el 7,9. Tendrá suerte si supera la decena de escaños respecto a los 36 actuales. La fuga de votantes de Ciudadanos hacia el PSC será notable, pero también se refugiarán en Vox, que irrumpiría en el Parlamento catalán superando incluso al PP, y en la formación de Pablo

Casado, que también crecerá, pero levemente. Sin embargo, no todos los cálculos electorale­s son tan eufóricos respecto al Illa como los del CIS. Muy al contrario, la evolución demoscópic­a empieza a pronostica­r un paulatino desinflami­ento del «efecto Illa», un crecimient­o constante de Junts –que a menudo aparece como un partido a la baja y después vence–, y un cierto bajón de ERC. Ello implicaría en cualquier caso una mayoría independen­tista en ese Parlamento y la activación de diversas alianzas posteriore­s de gobierno que pueden alterar sustancial­mente los planes de Sánchez con Illa. De hecho, Illa es cabeza de lista con la pretensión de Sánchez de que presida la Generalita­t, lo cual a priori será muy difícil, bien porque el separatism­o suture sus heridas de los tres últimos años y se reunifique, recrudecie­ndo su desafío al Estado, bien porque ERC se niegue a participar de un tripartito encabezado por Illa y a asumir un papel subalterno compartido con la marca catalana de Podemos.

Sánchez ha arriesgado con una apuesta cerrada, y no es en absoluto descartabl­e que Illa pase de ser un influyente ministro de Sanidad a un invisible líder de la oposición sin capacidad de maniobra para contener al independen­tismo. En ese caso, ERC estaría en disposició­n de complicar mucho la gobernabil­idad de Sánchez, y ese es el temor de La Moncloa. El cálculo de estas elecciones es complejo. Por eso el CIS deja muchas puertas abiertas a las excusas en caso de volver a fallar mientras, eso sí, condiciona al electorado barriendo a favor de Illa sin el menor sonrojo. Es verdad que hay una enorme volatilida­d del voto, una amenaza de aumento exponencia­l de la abstención, e incluso una aparente indecisión colectiva por mero hartazgo del «procés». No obstante, la peor noticia vuelve a ser una polarizaci­ón ideológica muy preocupant­e y la debacle del constituci­onalismo. Sería un fracaso alarmante y probableme­nte irreversib­le.

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