BÁRCENAS EN SU CONTEXTO
Hubo demasiada roña en el PP, en efecto. Y en el PSOE, CiU... Podemos
LAS viejas y sabias democracias anglosajonas resolvieron el problema de la financiación de los partidos hace muchísimo tiempo, reglando las donaciones y poniéndolas boca arriba. Los votantes estadounidenses son perfectamente informados de cuánto ha recaudado cada candidato. En el Reino Unido se sabe si tal o cual empresario ha apoyado con su dinero a determinado partido; es lícito y público. Pero en las democracias latinas el asunto se dejó sin resolver, envuelto en una nebulosa de tejemanejes. Al final, ha estallado en forma de escándalos recurrentes en Italia, Francia y España.
Hasta bien entrado este siglo, el modelo español consistía en que una serie de dirigentes, no muy de primera línea, se encargaban de pasar el cepillo ante empresas y magnates, a veces apelando a la causa partidaria, pero otras muchas a cambio de adjudicaciones, contratos y favores. El líder de turno (en todos los partidos) fingía no enterarse. Dejaba que otros se remangasen en la pocilga y procuraba alejarse del hedor, aunque todo el mundo sabía lo que había. Tan lamentables prácticas se dispararon con la orgía del ladrillo. El PSOE fue el primer partido condenado por financiación ilegal, el célebre caso Filesa. Lo pillaron a comienzos de los noventa. En el juicio se probó que había trincado de manera ilegal 1.200 millones de pesetas de entonces. Inasequibles al desaliento, reincidieron montando los ERE, el mayor caso de corrupción de nuestra democracia. Más tarde se destapó la mordida sistemática de CiU, el 3%, que acabó provocando la disolución del hegemónico partido de Pujol y Mas.
Lógicamente, el PP –y antes AP– no iba a ser un purísimo oasis. Tenía montado un tinglado similar al de sus colegas, solo que se destapó más tarde. Cuando en enero de 2013 se descubre que el extesorero y exgerente del PP, que había manejado sus cuentas 19 años, esconde una fortuna en Suiza, no hace falta ser Sherlock Holmes para deducir que ha distraído el dinero de las cañerías opacas del partido (cuya existencia intuían, por supuesto, todos sus líderes nacionales y regionales, aunque preferían no darse por enterados). Levantada la tapa de la basura, Rajoy y Cospedal proceden –tardíamente– a limpiar la cocina. Pero la izquierda, maestra del doble rasero, logra convertir la corrupción del PP en un tsunami (los ERE, o larga lista de chorizos de UGT, nada importan). Finalmente se cobran la cabeza de Rajoy, que sale de la política, como Cospedal, Soraya, el extravagante Fernández Díaz... El PP paga su mugre, peaje electoral incluido, y da paso a una nueva generación, ya sin lastres. Ahora vuelve Bárcenas. El caso seguirá generando titulares y es necesario llegar hasta el final, sí. Pero sin olvidar que un partido del Gobierno, Podemos, tiene una financiación que atufa, y que el otro, el PSOE, se ha convertido en una máquina de engaño, nepotismo y deslealtad patriótica.
(PD: Ayer el PSOE apoyó en el Parlamento una moción de ERC para negociar en una mesa la autodeterminación y la amnistía. Formas de corrupción hay muchas).