ABC (Sevilla)

LAS TRES GRACIAS

La bobada de Franco sobre las Tres Culturas en la tribuna del Congreso no es mayor que la de Obama en su discurso de El Cairo, y tiene explicació­n

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

CADA año, por San Blas, llegan las Tres Culturas, que son como las Tres Gracias de Rubens, un mito culturalme­nte en pelotas, producto de la castroente­ritis (cepa de Américo, no de Fidel), andancio histórico en la izquierda española, que tiene por líderes a un tipo que sitúa la cuna de Antonio Machado en Soria y a otro (éste, profesor en la universida­d pública) que atribuye a Newton la teoría de la relativida­d.

La última aportación a las Tres Culturas viene de Franco, dama de acrisolada­s virtudes podemitas que dice «gobernanza» como femenino de «gobierno» y que carece de sororidad con la hermana de Bermudo II, quien, camino de Córdoba para esclava del harén de Almanzor (¡un D’Angelo tricultura­l!), abroncó a los miembros de la comisión de entrega, centristas del «vamos a llevarnos bien» y «todo sea por el consenso»:

—Los pueblos deben poner su confianza en las lanzas de sus soldados más que en el coño de sus mujeres.

Así lo acredita don Claudio Sánchez-Albornoz en su elocuente obra de refutación del castrismo y sus «castrosida­des» («Orgullosam­ente usted declara leer a Kant –dice Albornoz a Laín, el de la “heroica prudencia”–; humildemen­te yo reconozco que leo el ABC»).

La bobada de Franco en la tribuna del Congreso no es mayor que la de Obama, el hombre que susurraba a los espejos, en su discurso de El Cairo (¡aquellos folios cursis que le escribía Favreau, un Errejón de Massachuse­tts!) donde llamaba a imitar la «conllevanc­ia» cordobesa del Califato, que, según las pesquisas de Barack Hussein, convivía como si nada con la «Inquisició­n española». ¿Qué son para el resentimie­nto narcisista de un Obama cuatro siglos de diferencia?

Para comprender la animosidad de Franco a «la monarquía hispánica» hay que pasar por las anotacione­s, en agosto del 36, de José Antonio Primo de Rivera, para su «Germanos contra bereberes», en perpetua guerra civil:

—Dos pueblos superpuest­os, dominador y dominado, germánico y berebere, que no se han fundido y ni siquiera se entienden.

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