FIASCO POBLACIONAL
A secuencia es siempre la misma. La Consejería de Salud anuncia ufana que procederá a un cribado masivo para detectar casos de Covid en tal o cual municipio. En grandes ciudades, también. Tiene toda su lógica. Desde el principio de la pandemia nos vienen diciendo que test, test, test y que si aislamos a los positivos que no saben que lo son y van por ahí contagiando algo estaremos haciendo para paliar aunque sea un poco el problema. Además de cerrar los bares.
Llega el gran día. La imagen sobrecoge. Los sanitarios, ataviados como auténticos astronautas, se bajan del camión con el logo verde, atisban la cola de vecinos previamente seleccionados al azar y convocados mediante un SMS y comienzan a meter palillos por la nariz. En quince minutos, las pruebas de antígenos dictan sentencia. Sin más. Si canta la gallina, no aparece ningún agente a acompañar al positivo a su casa, de donde no debería salir. Queda en sus manos ser responsable, ya le llamaremos.
Hasta ahí, bien. El problema llega por la tarde. Cuando se notifica que la media de asistencia a la prueba, voluntaria, no suele sobrepasar el 50%. La cifra de positivos que se detecta, por tanto, es raquítica. ¿Vale la pena el esfuerzo de los profesionales y el presupuesto invertido para una respuesta así?
Los expertos seguirán diciendo que sí, que lo realizado es más que nada. Y tendrán razón. Pero, mientras estamos siempre rajando contra los políticos, qué mal gestionan la pandemia, nos preguntamos si con este nivel de responsabilidad social algún día seremos capaces de dejarla atrás. No todo son niñatos en fiestas ni alegres familias de insensatos.
Será el temor a tener que confinarse, a cerrar la persiana si suena la alarma. Será desgana. Yo qué sé. Pero a muchos, acostumbrados a contemplar largas colas en cualquier lugar donde regalan cualquier cosa, no deja de asombrarnos este peligroso grado de absentismo. Que se sepa, la Junta todavía no hace test anales. Quizás haya que esperar.
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