Se han idenfitificado 87 pisadas, un «tesoro para la ciencia» por su calidad, cantidad y estado de conservación
rializado y que la revista Nature Scientific Reports publicará en unas semanas.
Para el catedrático de Paleontología Eduardo Mayoral, este descubrimiento supone el «relanzamiento de la investigación». «Encontrar estas huellas ha sido una alegría más que una sorpresa, porque inicialmente, por el contexto, la cronología y la buena calidad del estado de conservación de las huellas de animales, podría haber también huellas de homínidos». Efectivamente, tal y como explica Rodríguez Ramírez, mientras se estudiaban los vestigios animales afloraban «huellas que nos parecían bastante raras, que no se podían relacionar con otro tipo de animal que no fuera un bípedo humano». Una serie de estudios y de vuelos con dron, cotejados con expertos internacionales, confirmaron las sospechas: una población de humanos anterior a los 106.000 años convivió con aquellos elefantes, uros, jabalíes y otros animales que habían dejado sus pisadas en una laguna.
La naturaleza y su capricho hicieron el resto. «Toda la secuencia del Asperillo son episodios dunares, dunas superpuestas hasta la cima», explica el geólogo. «Cuando en esa dinámica dunar hay un parón –por falta de actividad eólica, «un parón de miles o incluso de decenas de miles de años»–, en la superficie crece vegetación y se desarrolla un suelo», a lo que hay que sumar el «encharcamiento de las depresiones y la formación de lagunas donde se desarrolló la vida de estos humanos y animales».
El Asperillo ha conservado de este modo un yacimiento que, para Mayoral, «significa mucho» para la ciencia. Son las huellas más antiguas del mundo del Pleistoceno superior, ya que sus 106.000 años superan los 80.000 con los que cuenta el de Normandía, con unas condiciones ambientales parecidas al de Doñana, mientras que el de Rumanía estaría entre los 60 y los 90.000 años.
«La calidad, cantidad y el estado de conservación de las huellas que hemos encontrado aquí —unas 87 por el momento—, es un tesoro para la ciencia», que sirve para conocer «muchas cosas del comportamiento de esta especie», algo que no permitirían otros hallazgos como huesos o dientes, que los científicos consideran improbables por la propia naturaleza del yacimiento y su sometimiento a las batidas mareales, aunque no imposibles. «Nos queda esperar acceso a una mayor superficie para seguir estudiando y completar los flujos de movimiento de estos grupos», avanza Mayoral.
Pero, ¿cómo hacían para vivir en Doñana estos homínidos a los que se relaciona habitualmente con cuevas en las que buscaban abrigo? «Sus asentamientos deberían ser chozas o cabañas de paja como hasta hace poco veíamos en Doñana», asegura el paleontólogo, que no tiene mucha esperanza de encontrar vestigios de estas edificaciones efímeras, ya que, al ser cazadores recolectores, «cuando acabaran con los recursos de una zona se iban a otro sitio». En cualquier caso, «visto lo visto» y dado que se ha hallado también industria lítica, «no descarto nada. Sería una alegría encontrarlo», confiesa.