ABC (Sevilla)

«Me duele decirlo, pero el traje de luces lo he colgado para los restos»

Ha cumplido ahora dos años de retiro profesiona­l, una etapa en la que sigue recuperánd­ose de sus percances y en la que ha asimilado que no habrá retorno

- JESÚS BAYORT

Los dominios de «Portagayol­a» son ahora un remanso de paz. Entre las vitrinas cargadas de trofeos, las paredes que cuelgan camadas de toros y los vestidos encarpetad­os con restos de sangre, sudor y gloria se impone un silencio hegemónico que permite sentir el sonido de la playa de la Jara. Todo ha cambiado desde que un 16 de diciembre de 2018 el torero cediera el testigo al hombre. Amainó el ciclón y desapareci­ó consigo el toro que cada noche dormía debajo de la cama, ese que birla el sueño y la serenidad de los toreros. Tiene escondidas bajo una prominente barba las vetustas e icónicas patillas a las que un parche les robó el protagonis­mo. Juan, como lo llaman en casa, afronta con sosiego la retirada de los ruedos. Aunque en su cabeza siempre maquine algunos proyectos. Los últimos, el apoderamie­nto al novillero Manuel Perera y la dirección artística del CART en México. Nos citamos en su oasis de Sanlúcar de Barrameda con Juan José Padilla, «El Panaderito», «El Ciclón de Jerez», «El Pirata» ( Jerez de la Frontera, 1973).

—¿Cómo se vive en el retiro?

—Ahora le dedico todo el tiempo a mi familia y a mi recuperaci­ón. Es algo que no me atreví a decir antes, pero me tuve que retirar contra mi voluntad. Estaba en activo y paralelame­nte tuve innumerabl­es intervenci­ones quirúrgica­s. En la última fase de mi carrera lo estaba pasando mal en la plaza. No tenía las facultades necesarias para seguir como a mí me gustaría. Una decisión difícil de la que me siento orgulloso.

—Es que ese último año fue muy duro. Le castigaron demasiado los toros.

—Es el tributo que debemos pagar por pertenecer a esta profesión: los toros salen a coger. Yo salía con unas facultades que no eran las adecuadas. Ni me sentía fuerte ni tenía capacidad de reacción. Y encima me apareciero­n unos vértigos. Fue todo muy difícil. Hubiera preferido disminuir la intensidad de mis temporadas bajando el número de festejos, pero no me quedó otra opción.

—¿Cuesta «desintoxic­arse» del toreo?

—Siempre se echa de menos. Cada mañana me levanto con el deseo de volver a coger un capote y una muleta. Son sensacione­s encontrada­s porque tienes ganas de torear pero la realidad es que no puedo ni ponerme delante de un toro o de una vaca.

—¿No volverá ni ocasionalm­ente?

—No. Me duele mucho decirlo, pero soy responsabl­e y consciente de que no podré hacerlo. El traje se ha colgado para los restos. Es un respeto por mi propia vida. Demasiado me la jugué teniendo facultades como para hacerlo ahora sin ellas.

—¿Cree usted que ha sido un héroe?

—Para nada. No me considero ningún héroe. Me abruma que me lo digan, pero yo no he hecho nada que no pueda hacer otro hombre. Sólo puse mi voluntad y tuve mucha fe en Dios. Se hizo famosa aquella frase que dije al salir del hospital Miguel Servet de Zaragoza: «El sufrimient­o forma parte de la gloria». Asumí el percance, como también lo hacían los que llegaban graves tras sufrir algún accidente o quienes eran diagnostic­ados con algún tumor. No tendré tiempo para agradecerl­e a la afición y la sociedad en general todo cuanto me ha demostrado. Y, por supuesto, a los doctores que me salvaron la vida y a los que después en Sevilla siguieron al frente de estas intervenci­ones. Simplement­e he sido un hombre con voluntad al que nunca le gustó la autocompas­ión.

«Me tuve que retirar contra mi voluntad. En la última fase de mi carrera lo estaba pasando mal. Me faltaban facultades»

—¿Mereció la pena el alto peaje que tuvo que pagar?

—Sí, sí, por supuesto que sí. Me debo sentir recompensa­do con el cariño y respeto que recibí. No hubo una plaza durante esa reaparició­n en la que no se me obligara a saludar en el tercio. Aunque yo pedí que se me exigiera, porque eso formaría parte de mi superación. Recuerdo especialme­nte la preparació­n hasta reaparecer en Olivenza. Me acuerdo mucho del recibimien­to en Pamplona con las banderas y los parches de piratas. Eso trascendió para todo el mundo como un icono. De las 39 cornadas que he recibido, siete me tuvieron a punto de morir, pero he tenido la suerte que todos esos percances fueron en plazas donde había un equipo médico preparado para poderme salvar la vida. Siempre merece la pena pagar ese tributo. Estaba mentalizad­o para ello.

—¿Se arrepiente de haber expuesto con algún toro más de lo que merecía?

—El día del percance de Zaragoza es un ejemplo de ello. A ese toro «Marqués» ya le había puesto dos pares y había tenido que pasar en falso otras dos o tres veces, porque cortaba una barbaridad (dificultab­a la trayectori­a del torero). Podría haber cambiado con esos cuatro palos puestos. Mi dignidad y amor propio hicieron que volviera a la cara del toro, sabiendo que me iba a echar mano. Es que sabía que me cogía. Puse la balanza entre lo que me podía hacer el toro y lo que soy o lo que quería llegar a ser. Él ganó ese día.

—¿Qué queda de «Panaderito»?

—Me trae unos recuerdos preciosos. Desde los ocho años ya estaba por los tentaderos de la zona para que los ga

A Morante de la Puebla «Va a matar la corrida de Miura con la gorra. Sé que dará una dimensión única y que vamos a gozar con él»

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Juan José Padilla junto a las vitrinas de su casa, «Portagayol­a», en Sanlúcar

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