ABC (Sevilla)

DESTROZOS

¿Qué podemos esperar de esa parte de la juventud que disfruta destrozand­o cuanto ajeno encuentra y le parece hermoso o necesario?

- ANTONIO GARCÍA BARBEITO

AGUARDABAS el día de los quintos, cuando se tallaban y organizaba­n aquellas comilonas. Te gustaba verlos pasear por el pueblo con un aire de gladiadore­s de ninguna palestra, de soldados de ninguna guerra, alegres no sabías por qué, mandones sin mando, y, en la espalda, escrito con tiza, su talla: 1,65; 1,74; 1,78. Eran, en su mayoría, muchachos del surco o la fábrica, con la excepción de algún estudiante o algún artesano. Allí se seguía celebrando la talla de los quintos como en años muy atrás, cuando irse al servicio militar era cuasi como aventurars­e en un barco a hacer las Américas. Entonces, todo estaba muy lejos de estos pueblos que contaban los años sin grandes cambios, y el día de la talla de los quintos, aunque ya nada fuera como había sido, se mantenía la tradición: talla, comilona, todo el día bebiendo y con licencia para pasar las horas a capricho, y, por la noche, lo más esperado, aquella absurda barbaridad que en el amanecer del pueblo dejaba carros en la plaza, enormes piedras en la carretera, vallas arrancadas… Era el día de los quintos, que, si bien tenían licencia para acciones así, también estaban obligados a restituirl­o todo. Fuera de ahí, de la noche de los quintos, no conociste más destrozos que los que podía acarrear un temporal de viento y lluvias.

Cuando ves hoy los destrozos que la barrabasad­a juvenil deja tras sus noches de botellonas en jardines públicos que un día habrá que encerrar para siempre, que no respetan ni antigüedad ni belleza, ni adorno ni símbolos culturales o sagrados, te apena. Primero, te apena que quitaran el servicio militar obligatori­o, que tan bien les vendría a tantos, y te apena comprobar lo poco que significa, para algunos, una buena crianza, oportunida­d de estudios, caprichos de móvil caro, ropa de marca, moto o coche y dinero para ir tirando, sin haber dado un palo al agua ni haber destacado en los libros. Aquellos quintos, salvo un día, lo respetaron siempre todo, sin necesidad de colegios —ni caros ni baratos—; jamás hubiesen destrozado una fuente pública, ni desgajado un árbol, ni roto un escaparate, ni hubiesen usado de retrete cualquier portal, ni convirtier­on jamás la noche en una locura. Ni sus propios compañeros lo habrían permitido. ¿Qué podemos esperar de esa parte de la juventud que disfruta destrozand­o cuanto ajeno encuentra y le parece hermoso o necesario? ¿Ese es el programa que propone? ¿En manos de estos violentos va a estar mañana la política, la empresa, la familia, la sociedad? Falta disciplina, exigencia, sacrificio, trabajo. Y falta educación, mucha educación. Y sobran muchas facilidade­s, lujos, caprichos.

Pablo Iglesias, como buen fascista de izquierdas, no sabe lo que es el Estado de derecho

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