Al borde del precipicio
i las salidas de pata de banco que Iglesias ha prodigado durante los últimos días trataban de regalarle los oídos a los chicos de Junqueras para que no se desgajaran del engendro Frankenstein, el cordón sanitario que los independentistas acaban de endosarle al PSC demuestra la inutilidad de su esfuerzo. Y lo que es peor: si Sánchez ha dejado que su vicepresidente segundo pusiera en tela de juicio la normalidad democrática de España –para regocijo de demócratas tan ejemplares como Vladimir Putin– con la esperanza de mantener intacto el hilo que le sujeta al poder, también el tiro le ha salido por la culata.
La chapuza ha permitido que el primero, Iglesias, ponga de manifiesto su absoluta inanidad (si no sirve para mantener juntos en torno a la hoguera del poder a los miembros del monstruo que ganó la moción de censura, no sirve para nada) y para que el segundo, Sánchez, perpetre la imperdonable felonía de vender la dignidad del país al que representa por un miserable plato de lentejas que, además, estaban podridas. No sé qué responsabilidad es
Smayor, si la del cagón que se cisca en el buen nombre del país que nos cobija a todos, o la del que, pudiendo evitarlo, se lo permite para sacar ventaja personal del excremento. Y todo para nada. Ninguno de los dos parece haber conseguido lo que pretendía.
Saldremos de dudas esta noche, cuando sepamos lo que ha pasado en las elecciones catalanas. Según los susurros de los demóscopos que han seguido midiendo la intención de voto durante estos días de prohibición publicitaria, es probable que el partido que obtenga mayor representación parlamentaria acabe siendo Junts per Catalunya. ¿Cabe imaginar, si esa hipótesis se confirma, que ERC le impida a Laura Borràs hacerse con la presidencia del Govern negándose a apoyar su investidura? Esa negativa solo podría acarrear dos consecuencias letales para sus propios intereses: o la repetición electoral (y a ver quién le explica a los independentistas catalanes que tienen que volver a las urnas porque uno de
La investidura de Borrás o Aragonés abre un panorama incierto para la legislatura