DE LA LEY A LA LEY A TRAVÉS DE LA LEY
Cuarenta años después de su muerte, Madrid honra al fin la memoria de Torcuato Fernández-Miranda, el guionista de la Transición, al dedicarle una plaza para reivindicar su figura y el proceso político que permitió la llegada de la democracia sin demasiado
todo apuntaba a que sería ratificado en el cargo; pero finalmente Franco decidió nombrar a Carlos Arias Navarro, a pesar de que era el ministro del Interior al que le acababan de matar al presidente. Los ortodoxos del régimen, los inmovilistas, hicieron llegar a Franco un soniquete incesante: «Cualquiera menos Torcuato». Demasiado independiente, demasiado imprevisible, demasiado libre. No era del club, porque él nunca fue de ningún club. El día que cesó decidió pronunciar un discurso anotado en unas cuartillas. Todo muy críptico: «Los asturianos tenemos cierto miedo al corazón y al sol. Sí, al corazón y al sol. En las tardes abiertas de cielo raso, cuando el sol luce con toda su fuerza, los asturianos sabemos que a la caída de la tarde las nieblas y las nubes surgirán de las entrañas de la tierra o desde la invasión de la mar. En esos atardeceres, los valles, las montañas y senderos se hacen peligrosos».
Sin decirlo, Torcuato iba a dibujar una metáfora llena de contenido político: que la avanzada edad de Franco –a la caída de la tarde– le impedía tomar decisiones serenas –las nieblas– y le convertía en una persona influenciable, y que Carmen Polo ganaba peso en las decisiones políticas de El Pardo: «Hay quien dice que entre la densa niebla cabalgan las brujas». Nadie entendió esas palabras, salvo una persona, que se lo espetó a la cara cuando fue a despedirse al palacio de El Pardo: «No, Miranda, no me he equivocado», le dijo Franco en referencia al nombramiento de Arias, y moviendo la mano de izquierda a derecha repetidamente delante de la cara, añadió: «Y los montes están despejados». Y así acabó su carrerarrera polítipolítica en el franquismo.
«Señor, el hombre político que soy quiere ser presidente del Gobierno, pero le seré más útil en la Presidencia de las Cortes»
Esta frase es la respuesta a la pregunta que todo político desea escuchar, y que le formuló el Rey poco después de su proclamación, el 22 de noviembre de 1975: «Torcuato, ¿quieres ser presidente del Gobierno o presidente de las Cortes?». Y, como me dijo en una ocasión Manuel Martín Ferrand, la respuesta fue inédita en la Historia de España: un político renunciando a presidir el Gobierno en aras del interés general. Inaudito, y necesario para aplicar el plan que tenía en mente Don Juan Carlos. Aunque para eso habría que nombrar a un presidente del Gobierno. ¿Quién?
«Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido»
Como presidente de las Cortes, Torcuato era también presidente del Consejo del Reino, una institución que durante el franquismo tenía la misión de entregar a Franco una terna de candidatos cada vez que había que nombrar a algún cargo relevante. Todo era un in