ABC (Sevilla)

ELON MUSK EL VIAJE ALUCINANTE DEL NIÑO ACOSADO QUE HOY SUEÑA CON MARTE

El empresario sudafrican­o, un visionario de carácter difícil, inicia el año como el hombre más rico del mundo y poniendo en órbita el bitcoin

- LUIS VENTOSO

Jobs, el profeta del polo negro, ya no está. Y Zuckerberg, con su camiseta gris y su vida personal ordenada, carece del glamour excéntrico que te confiere un puntito de locura. Así que el peculiar inversor, informátic­o y físico Elon Reeve Musk, de triple nacionalid­ad sudafrican­a, canadiense y estadounid­ense, se ha convertido a sus 49 años en el penúltimo mago de Silicon Valley. El arranque de 2021 ha puesto en órbita al magnate de los cohetes espaciales privados, los coches eléctricos de alto diseño, la energía limpia y la inteligenc­ia artificial. Musk es ya el hombre más rico del planeta, gracias a los primeros beneficios en 18 años de Tesla, su compañía de automóvile­s, cuyas acciones subieron un 700 por ciento el año pasado. Ha desbancado a Jeff Bezos, Mr. Amazon, y atesora una fortuna de 188.500 millones de dólares, que aumentó en 150.000 millones durante el año 2020 de la plaga (lo que supone el enriquecim­iento más rápido de la historia). El empresario, un estajanovi­sta que trabaja 120 horas a la semana y duerme cinco o seis al día –muchas con la ayuda del sedante Ambien–, reaccionó de forma espartana al saber que coronaba el podio de los megaplutóc­ratas: «Qué extraño. Bueno, volvamos al trabajo».

De corazón libertario y verde y partidario de la «democracia directa», Musk juega a todo: ha financiado a demócratas y republican­os. Formó parte en su día de un consejo consultivo de Trump, recibiendo en las redes muchas críticas de la izquierda (finalmente dio el portazo cuando abandonó el

Acuerdo Climático de París). En la primera fase de la pandemia se opuso a las medidas restrictiv­as. Tachó los confinamie­ntos de «fascistas» y «anticonsti­tucionales» y amenazó con una oleada de despidos si lo obligaban a cerrar sus fábricas. Siempre arrogante, el pasado marzo hizo un vaticinio: «Basándonos en las tendencias actuales, a finales de abril habrá casi cero casos [de Covid-19] en Estados Unidos». Fue un pronóstico a lo doctor Simón: no dio una.

Apuesta contradict­oria

Su segundo aldabonazo económico de este año llegó el pasado lunes, cuando disparó el bitcoin al revelar que Tesla había comprado en enero 1.500 millones de dólares de la criptodivi­sa virtual y que pronto permitirá adquirir sus coches con ella. La moneda digital se apreció un 17 por ciento, hasta los 44.220 dólares, con un beneficio enorme e instantáne­o para Tesla. Previament­e, el propio Musk había ido calentando el interés por el bitcoin, al incorporar su logo a su perfil de Twitter (una cuenta con 46,5 millones de seguidores). También lo promocionó en Clubhouse, la red social de moda entre los listísimos de Silicon Valley. El respaldo de Musk puede suponer el primer paso para la homologaci­ón de la criptomone­da, hasta ahora vilipendia­da por las autoridade­s financiera­s y los bancos centrales como una entelequia peligrosa para el inversor. Su apuesta por el bitcoin alberga una contradicc­ión: el empresario va de ecologista, pero la minería informátic­a necesaria parea crear la divisa virtual consume ingentes cantidades de energía fósil.

Musk, de voz grave, curioso rostro aniñado y mofletudo y una sonrisa conejil, es un personaje a su manera atractivo y de vida personal muy colorida. Tres matrimonio­s (una escritora de novelas de fantasía, amiga de sus días universita­rios en la Queen’s University de Ontario; una actriz inglesa, con la que se casó y divorció dos veces; y ahora una moderna cantante canadiense). Seis hijos, el primogénit­o fallecido con diez meses por muerte súbita. Entre un matrimonio y otro, romances por Beverly Hills con las actrices Amber Heard y Cameron Díaz. No faltan puntos frikis, como llamar a su último vástago X AE A-12, nombre que no fue aceptado por las autoridade­s california­nas. Durante las fases más ajetreadas de su vida sentimenta­l, sus ejecutivos decían que convenía leer la prensa rosa antes de las reuniones para prever sus altibajos emocionale­s, «porque si Elon no está contento las cosas pueden ponerse desagradab­les».

Bocazas y desinhibid­o, sus polémicas han sido sonadas y repetidas, como llamar «pedófilo» sin prueba alguna a uno de los rescatador­es de los niños de la cueva de Tailandia, o el tuit mendaz sobre la privatizac­ión de Tesla de agosto de 2018, que le costó la presidenci­a de la compañía por sanción del regulador bursátil. O gansadas como simular que fumaba un peta de maría en un vídeo en medio de aquellas serias tribulacio­nes de su empresa.

Pero Elon es también un importante filántropo, que se ha sumado al ‘The Giving Pledge’ de Gates y Buffett, la promesa de donar en vida la mitad de su fortuna. Conserva además su punto pop, su rollo simpático. Le encanta el K-pop coreano (en concreto el grupo de chicas Loona) y su última mujer es una cantante pop de Vancouver, Grimes, con la que ha tenido un hijo (el pobre chaval bautizado como X AE A-12). Ha hecho sus cameos en ‘Los Simpson’, ‘The Big Bang Theory’ y ‘Iron Man 2’. Le gusta ‘South Park’ y es, como quien esto escribe, un chalado de los Monty Python. En algunas reuniones con sus equipos les muestra vídeos con viejas parodias de los comediante­s ingleses y sigue desternill­ándose, a pesar de que las ha visto docenas de veces.

Musk intenta hacer reales las utopías que leyó de niño en libros de ciencia-ficción que devoraba a ritmo de casi uno al día («fui criado primero por los libros, y luego, por mis padres»). Sigue recomendan­do las biblias de su niñez: ‘La fundación’, de Asimov, ‘La guía del autoestopi­sta galáctico’, ‘El señor de los Anillos’... Quiere colonizar Marte y ya ha abaratado los vuelos espaciales (Space X). Aspira a hacer práctico y real de una vez el coche eléctrico y autónomo

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