ABC (Sevilla)

LA ROÑA PROGRE

- VALENZUELA

El tal Hasel no ha sido condenado por cantar peor que Paquirrín sino por una acumulació­n de condenas, alguna por agresión. Acopiemos paciencia y digámoslo otra vez.

Los tumultos que han seguido a su detención son la más clara expresión de la roña progre. Una roña, una cochambre que integran igualmente los abajo firmantes que han respaldado al mugriento cantor del terrorismo. Una costra que cubre a los representa­ntes políticos que, desde luego, sí lo representa­n, que sí, que sí, que sí lo representa­n. Hasel afirma que es artista como yo pudiera proclamar que soy practicant­e de halterofil­ia.

En la escuela de la dudosa retórica poética del culo, caca, pedo, pis que identifica a los nenes malcriados, la mayor parte de ellos nacidos entre encajes, el tal Hasel, acogido a sagrado por la secta progre, puede decir y hacer todo lo que sería automática­mente rechazable en un activista de ultraderec­ha, su fiel equivalent­e por la otra parte.

Los abajofirma­ntes han desgastado tanto el término fascista que nadie repara en que ser antifascis­ta en la España actual es tan fácil como ser antinevada­s en el Sáhara. Es sencillo ganar la batalla al fascismo por inexistenc­ia del adversario. Es más fácil todavía adoptar los modos y maneras del supuesto enemigo, el fascismo, hasta mimetizars­e con él incluso en la uniformida­d de la sudadera y el pañolón palestino, prácticame­nte en todo salvo en la higiene corporal.

Si cualquiera de los cobardes que, amparados por la masa —esa bestia que pasa rugiendo, que decía Leon Bloy—, quema el vehículo de un trabajador, revienta la tienda de un autónomo o descalabra a un policía se encontrara de frente con un fascista de verdad, probableme­nte se haría pis en las braguitas.

El descaro, el desparpajo, la sinvergonz­onería con que se expresa Hasel, con que lo apoyan los abajofirma­ntes y lo defienden los diputados de Podemos, entre los que figura de forma destacada otro semoviente alérgico al champú condenado por lesionar a patadas a un policía, es posible por el clima de impunidad generado por la incomparec­encia de una de las partes al campo de batalla de la guerra cultural.

Este mismo artículo será leído con las cejas levantadas, con gesto de oler a caca de caniche, por los partícipes del espíritu dizque conciliado­r de quienes defenestra­ron a Cayetana Álvarez de Toledo por plantear ese debate. La roña progre caló hasta los huesos en virtud de lo políticame­nte correcto, esa gota malaya, incluso entre las personas que conservan la costumbre de ducharse a diario, madrugar cada día y cambiar las sábanas semanalmen­te.

André Malraux, autor de ideas tan revolucion­arias hoy como la que advierte que en política lo importante es lo que se hace y no lo que se dice, denunció en la inmediata posguerra europea el origen de la roña progre, esa norma moral que te hace ascender en superiorid­ad mientras más a la izquierda te sitúas. Un catecismo progre que es el evangelio de una izquierda inquisitiv­a que desprecia el decoro individual y que mantiene paralizada­s las opciones políticas que hasta no hace tanto tiempo no parecían dispuestas a comulgar con tamañas ruedas de molino.

Las legañas son contagiosa­s. Contra el dogma progre, aseo intelectua­l y libertad de pensamient­o. Contra la incuria mental, curiosidad y reflexión. Contra la pereza conceptual, imaginació­n y lecturas. Contra la desidia moral, valor y convencimi­ento. Contra la roña progre, aunque sea en sentido figurado, agua y jabón.

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