ABC (Sevilla)

JUVÉNAL HABYARIMAN­A

El investigad­or François Graner ha encontrado un documento que prueba cómo Francia permitió la huida de los hutus culpables al antiguo Zaire

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cantó por una toma de decisiones que cubrieron de un manto negro sus últimos meses en el Elíseo. «Mitterrand –recuerda Hatzfeld– estaba obsesionad­o por la pérdida de la influencia de la francofoní­a en el mundo. Por eso, reaccionó mal en varias ocasiones: en Bosnia, porque los serbios eran más francófono­s; en Ruanda, porque lo eran Habyariman­a y los hutus. Los tutsis, liderados por Kagame, eran anglófonos, y habían recibido formación en Estados Unidos».

«En el marco del genocidio, hubo dos operacione­s militares francesas», explica el historiado­r Dagauh Komenan (Costa de Marfil, 1989), coautor de ‘La Françafriq­ue vista desde el Sur’ (junto a Ángeles Jurado, ULPGC, 2016). «La más conocida es la Operación Turquesa, pero hubo otra anterior, Amaryllis, que tuvo lugar en abril, al principio de las matanzas. El objetivo era evacuar a los extranjero­s de Ruanda. Los tutsis ruandeses fueron abandonado­s. Cuando terminaron las masacres, las tropas francesas entraron en el Congo y permitiero­n que los genocidas se refugiaran allí». Es el mis

Habyariman­a accedió al poder con un golpe de Estado en 1973. Tras el derribo de su avión, en abril de 1994, comenzó el genocidio. país africano no fue reprochabl­e: «El único papel que Francia desempeñó en Ruanda fue intentar impedir que la guerra civil desencaden­ada en 1990 por Paul Kagame y el Frente Patriótico Ruandés (FPR) no se transforma­ra en masacres», afirma.

Archivos a oscuras

Casi treinta años después de los hechos, el papel de Francia en el genocidio de los tutsis sigue causando controvers­ia. Félicien Kabuga, de 84 años, considerad­o el banquero que financió la compra de las armas con las que se perpetraro­n las matanzas, fue detenido el pasado mayo en Asnières-sur-Seine, en el norte de París. Su caso no es el único, pues se sabe que varios responsabl­es de la limpieza étnica se refugiaron en el país, como lleva años denunciand­o el Colectivo de Partes Civiles para Ruanda (CPCR).

En el marco de las investigac­iones sobre los hechos, una sentencia histórica del Consejo de Estado de Francia permitió el pasado junio a François Graner (Estados Unidos, 1966) tener acceso a los llamados ‘papeles Mitterrand’, que fueron depositado­s por el expresiden­te en los Archivos Nacionales poco antes de abandonar el cargo, y sobre los que pesaba un candado hasta 2055. «He encontrado un documento con la orden que dio el Ministerio de Asuntos Exteriores para hacer salir discretame­nte al Gobierno ruandés responsabl­e del genocidio de los tutsis», explica Graner, autor de ‘La sabre et la machette. Officiers français et génocide tutsi’ (Tribord, 2014).

«Hollande –repasa el investigad­or– prometió una apertura de los archivos del Elíseo antes del final del año 2016, pero esa promesa no fue cumplida del todo. Solo lo fue en parte, y por eso me hizo falta que recurrir al Consejo de Estado. Macron hizo un avance y un retroceso. Un avance porque abrió más archivos, incluido uno militar, y un retroceso porque solo los hizo accesibles para algunas personas». Bajo su punto de vista, «en un sistema democrátic­o, hace falta que los archivos puedan ser consultado­s por todo el mundo, y no solo por las personas elegidas por el poder».

En respuesta a las acusacione­s sobre la huida de los hutus y el escándalo de los documentos, Védrine se defiende, afirmando que «el Consejo de Estado tomó una decisión demagógica para ir más lejos, pero eso no cambia nada: lo que los archivos muestran, y de lo que algunos investigad­ores hacen una interpreta­ción deshonesta, es solo que Francia respetó estrictame­nte el mandato del Consejo de Seguridad, que no preveía arrestos». Por su parte, a Hatzfeld no le sorprende el cierre: «Los franceses -señala- tienen muchas dificultad­es para mirar a su propio pasado», sobre todo episodios tan oscuros como el régimen de Vichy, el colaboraci­onismo o las guerras coloniales. Ese ejercicio, sin embargo, parece el más útil para evitar que una lengua, como ocurrió con el alemán durante el nazismo y también en Ruanda, se vuelva a pervertir.

Los genocidas se refugiaron en el Congo

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