ABC (Sevilla)

El Cachorro nunca muere

- POR JAVIER MACÍAS

Dicen quienes tocaron sus pies ardiendo que quemaban como los metales forjados sobre un yunque. En aquella fragua del Patrocinio todos iban a ciegas por el humo. Se escuchó una voz: «¡No echadle agua a la cara, sólo a las piernas!». En los ojos blancos de aquel Gitano de la Cava va grabada a fuego la fatalidad. Ese 26 de febrero de hace 48 años, el día más triste de la historia reciente de las cofradías de Sevilla, al Cristo se le abrasaron las piernas, el costado derecho y su cuerpo quedó teñido de negro. Pero el Cachorro nunca muere, siempre está cruzando el puente de orilla a orilla anunciando la resurrecci­ón de su propia carne. Lo salvaron unos héroes que se jugaron el tipo para que no terminara de expirar el calé que esculpió Ruiz Gijón. Hace unos años murió Rafael Blanco, el albañil que con sólo 27 años, recién casado y con dos niños en camino decidió colarse por el tragaluz de la capilla y abrirse paso entre las llamas. La Señorita de Triana era ya un montón de cenizas y la pira que había formada lamía los talones del crucificad­o. Rafael cogió un jarrón de flores con agua y lo echó a los pies del Cachorro. Luego abrió de par en par las puertas para que entraran los bomberos. Él quedó tiznado, asfixiado y con una herida que siempre llevó con orgullo. La hermandad le regaló una tele, una cuna y una canastilla con ropita de bebé.

Días más tarde, tres hermanos sevillanos que destacaban ya en España como restaurado­res recibieron una llamada: «Tenéis que curar al Cachorro». Aquellos conservado­res retiraron la pátina de hollín, restañaron la policromía y obraron el milagro de recuperar las piernas, que habían ardido en las brasas. Aquella carne hecha cenizas resurgió como el Ave Fénix. Se llamaban Antonio, Joaquín y Raimundo. El apellido Cruz Solís comenzó a sonar con fuerza en la ciudad como los hombres que resucitaro­n al Cachorro, junto con Isabel Pozas, la mujer de este último. Esa Sevilla acostumbra­da a restauraci­ones dañinas y en las que se llegaban a cortar esculturas a cachitos para meterlas en aceite, descubrió un nuevo protocolo que perdura hoy en día. A partir de ahí, las grandes imágenes pasaron por sus manos. También lo hizo el Gran Poder, al que en 2006 le devolviero­n la dulzura del rostro. Antonio falleció en 2009. Este domingo lo hizo Joaquín, el penúltimo de los Cruz Solís, los médicos de la Semana Santa que han dejado en herencia a Sevilla al Dios al que rezaron nuestros abuelos.

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