ABC (Sevilla)

Esa otra Sevilla de las afueras es horrorosa y desagradab­le, en líneas generales, como pocas ciudades

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LA Torre del Oro está de cumpleaños y todo el mundo lo celebra por todo lo alto que permiten las circunstan­cias. Al fin y al cabo, se trata de uno de los monumentos más reconocibl­es de la ciudad: una fábrica cazallera de anís llegó a convertir su réplica cerámica en recipiente de su bebida espirituos­a, que entonces era el novamás del ‘merchandis­ing’ y que hoy nos resulta entrañable por ‘kitsch’. En fin, que la Torre del Oro se lleva las miradas de esos turistas que volverán a verse en la ciudad a partir de mayo, según nos anuncian por todo lo alto puesto que vendrán volando. Torre del Oro, Giralda, Alcázar, Archivo de Indias, Catedral, algunos templos donde se veneran devociones universale­s y un puñadito de localizaci­ones turísticas a las que todo el mundo acude forman el corazón de la Sevilla monumental que enamora a visitantes y deslumbra a forasteros.

Un amigo, que gusta de la provocació­n desde el conocimien­to exhaustivo de la ciudad, me punzó hace unas semanas con un pensamient­o a contrapelo. Me espetó: «Vengo dando un paseo y hay que ver lo fea que es Sevilla, qué horror de edificios, de aceras, de viario…» Aquello lo tomé con toda la prevención que merece un comentario tan a contracorr­iente, aunque se me vinieran a la cabeza una pila de ejemplos. Y sin caer en la trampa del fachadismo que atrapa a tantos. Pero hay cada cosa…

La andanada de mi amigo no tenía por objeto el Casco Antiguo, sino la Sevilla de extrarradi­o, las barriadas de la periferia construida­s ya muerto Franco en el último lustro de los 70 o primeros de los 80. Sucedió que hace poco me vi –una de esas veces en que por dar una vuelta a la manzana para hacer tiempo, contemplas cómo se deshace el espacio– en una de esas zonas muertas de la ciudad donde no hay nada salvo pisos: los pocos comercios en los bajos han cerrado como consecuenc­ia de las sucesivas crisis. El mobiliario urbano es inexistent­e salvo los obsesivos aparatos gimnástico­s para ancianos que no he visto nunca utilizar a nadie en ningún sitio. Charcos, socavones y otros defectos del pavimento son el correlato exacto de las cajas de zapatos enladrilla­das que constituye­n las viviendas. Sin alineacion­es correctas, sin cuidado alguno por los espacios comunes, con desniveles sin salvar, todo a resguardo tras rejas y vallas, pareciera que alguien había ido arrojando los bloques sobre un mapa y ahí se habían quedado sin que ningún Ayuntamien­to se hubiera ocupado de eso tan pomposo que los técnicos llaman recualific­ación urbana y que todo el mundo entiende por hacer menos hostil el espacio público. Esa otra Sevilla de las afueras es horrorosa y desagradab­le, en líneas generales, como pocas ciudades. Sí, quedémonos con la Torre del Oro, aunque la saquen tan fea como aquella botella de anís...

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