ABC (Sevilla)

EN CUARENTENA

- POR EDUARDO BARBA

No se lo puede creer. Su corazón galopa a un ritmo mucho mayor del que suele cuando cada mañana de martes coloca su juego de llaves en el florero vacío junto a la cafetera de la cocina de Daniela: las estampas de la Virgen de la Encarnació­n que ha ido dejando desde hace meses en el platito junto al frutero han desapareci­do. La agitación no es más que la respuesta física que le ha generado la emoción de imaginar que la dueña de la casa ha escuchado, al fin, sus consejos. O igual es mucho imaginar.

Rosario limpia y plancha a once euros la hora una vez por semana en casa de la doctora, en La Buhaira, aunque coincide muy poco con ella últimament­e porque la facultativ­a pasa prácticame­nte toda la jornada en el hospital. Allí forma parte de esa línea de vanguardia de la lucha contra el maldito virus. La asistenta lo sabe y no cuenta con su presencia en el piso prácticame­nte nunca, pero las pocas veces que ha coincidido con la médica se ha atrevido a intentar convencerl­a de que se lleve al trabajo una de esas estampitas que de vez en cuando compra en su hermandad, San Benito. Cada vez que puede, coge el 21 en su barrio y se baja en La Calzada para pedirle protección a la dolorosa y comprar una reducida remesa de pequeñas fotos con su rostro. Una de ellas siempre se queda en la encimera con la esperanza de que la galena se lleve una en el maletín. «Mire usted, que esto le va a ayudar mucho con todo lo que estamos pasando». «Aunque no las necesite, pero a lo mejor a alguno de los que están allí muy malos les sirve para curarse también, ¿eh?». «Llévese una, que nunca está de más y mi Virgen tiene mucha fuerza». Hasta ahora la facultativ­a, escéptica, científica, no había prestado demasiada atención a los argumentos religiosos de su empleada, a la que ha ido dando amables capotazos y media sonrisa incrédula. Pero uno de los casos de recuperaci­ón más sorprenden­tes de los últimos meses en la UCI ha provocado en la sanitaria una especie de conversión. O al menos de comprensió­n de su ascética ayudante doméstica. Un paciente de setenta años, amigo personal de Daniela y del que la familia se había despedido, ha salido del túnel y ya está en planta. Un verdadero milagro médico, como admitieron en el hospital. Al recuperar del todo la voz, el enfermo confesó a su amiga y doctora el secreto de su sanación repentina. «Tuve todo el tiempo las dos estampas del Gran Poder que me trajo mi hijo. No me podía morir». El martes siguiente, la dueña del piso sí coincidió unos minutos con Rosario. Tuvo tiempo de agradecerl­e su gesto de cada semana. Y de llevarse en el bolso su estampita de la Encarnació­n. La fe y las ganas también curan.

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