Los derivados de Deutsche Bank que arruinaron a empresas españolas
El propio banco investiga su operativa, que sigue también el BCE, Bafin y la CNMV
Proyecto Teal. Este es el nombre que Deutsche Bank ha dado a una investigación interna sobre la presunta venta irregular de derivados financieros. Una operativa llevada a cabo desde las oficinas de Madrid y en la que han quedado atrapados, con pérdidas millonarias, varias empresas. En ABC desvelamos el ‘modus operandi’ con clientes españoles.
En enero, el ‘Financial Times’ desveló esta investigación, apuntando ya a la mesa de tesorería de la capital española: venta de productos complejos inadecuados para ciertos clientes por haber clasificado su perfil inversor presuntamente de forma errónea según la normativa europea (Mifid). Es decir, atribuirles la consideración de profesionales cuando, supuestamente, no debería haber sido así. Fuentes cercanas al caso señalan que no solo este sería el problema, sino también una presunta opacidad respecto a las condiciones de los activos que se comercializaban por parte del banco.
La entidad alemana reconoció en enero la existencia de esta investigación interna. Y según ha sabido este periódico, el Banco Central Europeo (BCE), Bafin (supervisor bursátil alemán) y la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) –el supervisor español– están al tanto de la situación. También hay procedimientos legales en marcha contra Deutsche Bank por este motivo; la entidad, sobre este último extremo, rechaza pronunciarse.
En el centro del caso están los llamados productos derivados. Según la CNMV, «son instrumentos financieros cuyo valor deriva de la evolución de los precios de otro activo, denominado activo subyacente». Y añade: «Un derivado es una contratación a plazo en la que se establecen todos los detalles en el momento del acuerdo, mientras que el intercambio efectivo se produce en un momento futuro». Son, también, productos sujetos en muchas ocasiones a apalancamiento –posibilidad de que el inversor tenga una exposición mucho mayor al dinero que realmente desembolsa–. En suma, instrumentos muy complejos que, según fuentes financieras, no tienen valor en sí mismos sino que son una especie de contrato entre dos partes para especular sobre el valor futuro de un activo; y son utilizados habitualmente por los bancos y medianas y grandes empresas.
Inicio de la operativa
El punto de partida está en esta pasada década. Diversas empresas españolas tenían a Deutsche Bank como una entidad de confianza para atender sus necesidades de crédito. Una relación cliente-banquero de cercanía y con asesoramiento especializado. Bajo esa relación, asesores de divisas del banco ofrecieron a algunas empresas –a las que clasificaron por volumen como inversores profesionales– unos derivados financieros de la fa
El banco se defiende Deutsche Bank recalca que cumplen con todos los requisitos regulatorios de venta e información
milia de los llamados TARF. «Se vendían como si fueras un privilegiado por acceder al producto y el cliente se fiaba de su banco. Presentan el producto con un folleto general y el comercial indica que conocen muy bien el mercado como para tenerlo controlado», indican las fuentes consultadas, que añaden que se instaba al cliente a contratar lo más rápido posible.
Pese a la complejidad de los productos, la comercialización suele ser bastante flexible. La información a las empresas les llega por correo electrónico en formato esquemático, aunque presuntamente con carencias de datos. El cliente lo revisa y posteriormente da el visto bueno a invertir por teléfono. «Las sospechas sobre la toxicidad de los productos llegan cuando las sucesivas reestructuraciones de los derivados generan un riesgo o unas pérdidas inasumibles», indican fuentes financieras.
Estos derivados, en este caso, se utilizaban como cobertura de tipo de cambio. Su funcionamiento, a grandes rasgos, consiste en establecer unas ban