Presidente de la Cámara de Comercio de Motril
arquitecto, miembro de una familia de industriales afincada en Motril, se había convertido en un dinamizador social y cultural incansable. Primero como decano del Colegio de Arquitectos de Granada y durante la última década como presidente de la Cámara motrileña, destacó por su empeño en la puesta en marcha de proyectos y estrategias de impulso para la sociedad civil. Urdió plataformas reivindicativas esenciales en la terminación de la autovía Málaga-Almería o las canalizaciones de la presa de Rules, activó sinergias del empresariado agrícola, comercial, portuario y turístico de la costa y se implicó en la agitación cultural con la organización de jornadas, exposiciones y festivales como el de la Caña Flamenca, uno de sus últimos logros relacionado además con una de sus grandes aficiones. Siempre disponible, siempre generoso, siempre amable, siempre constructivo, recibió ofertas para incorporarse a candidaturas políticas de diversos partidos, que rechazó una tras otra en la convicción de que el alineamiento ideológico limitaría su fértil capacidad para fraguar consensos en torno a asuntos de interés general. Era un liberal en el pleno sentido de la palabra, dispuesto siempre a escuchar y abierto a soluciones sin dogmatismos. Su faceta de conversador versátil y animoso, sus virtudes de anfitrión, su talante hospitalario y desprendido conforman el legado emocional que deja a su amplísimo y heterogéneo ramillete de amigos.
Esa vocación de servicio la mantuvo hasta que la pandemia lo alcanzó en noviembre. Durante el confinamiento de 2020, mientras recuperaba en su casa su abandonada pasión por la guitarra, organizó desde la Cámara de Comercio iniciativas de apoyo solidario a colectivos desfavorecidos y a los profesionales sanitarios del hospital en que este otoño acabó él mismo ingresando para sostener una larga batalla a brazo partido con la muerte, un pulso contra el maldito virus que sus ganas de vivir prolongaron hasta más allá del límite de sus fuerzas. Como arquitecto estaba especialmente orgulloso de la pasarela peatonal de la Alcoholera, en Motril, que diseñó junto a su colega catalán Vicente Guallart, con quien participó también en proyectos medioambientales y en jornadas de estudio e investigación que involucraron a algunas grandes firmas de la profesión, como Rafael Moneo.
La desaparición de Ángel Gijón deja una potente huella sentimental en un amplio colectivo de amigos de diferentes ámbitos, desde el periodismo a la empresa, desde el derecho a la música, desde el arte a la agricultura. A todos los supo aglutinar con un carácter atento, entregado, y una singular elegancia espiritual que le permitía congregar a su alrededor una atmósfera de indeclinables afectos que hoy lloran su ausencia tanto como se gratifican con la memoria indeleble de las horas compartidas.
Su trayectoria se dibujó a través de un aluvión de 2.412 misiones, donde se incluyeron algunas de tanta trascendencia como la operación Mar Verde o la liberación de 400 presos políticos y 26 soldados portugueses en las duras cárceles del entonces régimen guineano del presidente Sékou Touré. Tampoco puede olvidarse la denominada operación Tridente, es decir, el rescate de más de 100 soldados lusos en Senegal.
Naturalmente, tanta exposición al riesgo le sumió en momentos delicados y llegó a padecer profundas heridas. No obstante, su repatriación a Lisboa en el periodo previo al 25 de abril se produjo por culpa de un accidente fortuito: el disparo accidental de un compañero.
Cuando la fase posrevolucionaria sembró las calles de la capital portuguesa de militantes comunistas, fue retenido y torturado por el MRPP, un partido radical, de corte maoísta. Corría el mes de mayo y hubo de escapar a España.