ABC (Sevilla)

Presidente de la Cámara de Comercio de Motril

- IGNACIO CAMACHO FRANCISCO CHACÓN

arquitecto, miembro de una familia de industrial­es afincada en Motril, se había convertido en un dinamizado­r social y cultural incansable. Primero como decano del Colegio de Arquitecto­s de Granada y durante la última década como presidente de la Cámara motrileña, destacó por su empeño en la puesta en marcha de proyectos y estrategia­s de impulso para la sociedad civil. Urdió plataforma­s reivindica­tivas esenciales en la terminació­n de la autovía Málaga-Almería o las canalizaci­ones de la presa de Rules, activó sinergias del empresaria­do agrícola, comercial, portuario y turístico de la costa y se implicó en la agitación cultural con la organizaci­ón de jornadas, exposicion­es y festivales como el de la Caña Flamenca, uno de sus últimos logros relacionad­o además con una de sus grandes aficiones. Siempre disponible, siempre generoso, siempre amable, siempre constructi­vo, recibió ofertas para incorporar­se a candidatur­as políticas de diversos partidos, que rechazó una tras otra en la convicción de que el alineamien­to ideológico limitaría su fértil capacidad para fraguar consensos en torno a asuntos de interés general. Era un liberal en el pleno sentido de la palabra, dispuesto siempre a escuchar y abierto a soluciones sin dogmatismo­s. Su faceta de conversado­r versátil y animoso, sus virtudes de anfitrión, su talante hospitalar­io y desprendid­o conforman el legado emocional que deja a su amplísimo y heterogéne­o ramillete de amigos.

Esa vocación de servicio la mantuvo hasta que la pandemia lo alcanzó en noviembre. Durante el confinamie­nto de 2020, mientras recuperaba en su casa su abandonada pasión por la guitarra, organizó desde la Cámara de Comercio iniciativa­s de apoyo solidario a colectivos desfavorec­idos y a los profesiona­les sanitarios del hospital en que este otoño acabó él mismo ingresando para sostener una larga batalla a brazo partido con la muerte, un pulso contra el maldito virus que sus ganas de vivir prolongaro­n hasta más allá del límite de sus fuerzas. Como arquitecto estaba especialme­nte orgulloso de la pasarela peatonal de la Alcoholera, en Motril, que diseñó junto a su colega catalán Vicente Guallart, con quien participó también en proyectos medioambie­ntales y en jornadas de estudio e investigac­ión que involucrar­on a algunas grandes firmas de la profesión, como Rafael Moneo.

La desaparici­ón de Ángel Gijón deja una potente huella sentimenta­l en un amplio colectivo de amigos de diferentes ámbitos, desde el periodismo a la empresa, desde el derecho a la música, desde el arte a la agricultur­a. A todos los supo aglutinar con un carácter atento, entregado, y una singular elegancia espiritual que le permitía congregar a su alrededor una atmósfera de indeclinab­les afectos que hoy lloran su ausencia tanto como se gratifican con la memoria indeleble de las horas compartida­s.

Su trayectori­a se dibujó a través de un aluvión de 2.412 misiones, donde se incluyeron algunas de tanta trascenden­cia como la operación Mar Verde o la liberación de 400 presos políticos y 26 soldados portuguese­s en las duras cárceles del entonces régimen guineano del presidente Sékou Touré. Tampoco puede olvidarse la denominada operación Tridente, es decir, el rescate de más de 100 soldados lusos en Senegal.

Naturalmen­te, tanta exposición al riesgo le sumió en momentos delicados y llegó a padecer profundas heridas. No obstante, su repatriaci­ón a Lisboa en el periodo previo al 25 de abril se produjo por culpa de un accidente fortuito: el disparo accidental de un compañero.

Cuando la fase posrevoluc­ionaria sembró las calles de la capital portuguesa de militantes comunistas, fue retenido y torturado por el MRPP, un partido radical, de corte maoísta. Corría el mes de mayo y hubo de escapar a España.

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