ABC (Sevilla)

Ojalá todo fuera así, que las peticiones ciudadanas fueran escuchadas cuando tienen razón

- ANTONIO BURGOS

COMO ya dijimos que Sevilla tiene un olor especial, hay calles que huelen de una forma distinta, inconfundi­ble. La Venera, o sea, José Gestoso, sigue teniendo ese olor medieval a especias que tanto nos recuerda a Venecia. Y la calle Córdoba, antigua de Alcuceros, olía a esparto de las alpargatas elegantes de los escaparate­s de sus zapaterías (que van desapareci­endo), y al incienso del puesto donde lo venden junto a las ilustres piedras de los muros de la iglesia del Salvador. Por una decisión municipal incomprens­ible decidieron un día quitarle la licencia a ese puesto, que mantiene ahí la familia Fiances, que era parte de la personalid­ad de la calle y que nos aseguraba que por allí, con cofradías en la calle o sin ellas, dadas las actuales circunstan­cias, siempre huele a Semana Santa.

A la familia Fiances le ofrecieron sitios alternativ­os para su puesto a cuál más descabella­do, como la Plaza de la Pescadería. En la Plaza de la Pescadería pega una buena freiduría de adobo, merluza y calamares para una reunión cofradiera, no un puesto de incienso. Y sin su caracterís­tico olor a incienso se quedó la calle Córdoba, como Mateos

Gago sin su fisonomía tradiciona­l. Hasta que se me ocurrió convertir este articulo en una instancia de petición de gracia para la desgracia, dirigido al delegado municipal de Turismo, Urbanismo y Hábitat Urbano, don Antonio Muñoz, para pedirle algo tan lírico e inmaterial como el indulto de un olor sevillano. Aquel artículo, «Indulto para un incienso», apareció en ABC el pasado día 5. Y como hay concejales con paladar a pesar de las barbaridad­es contra Sevilla que cometen muchos de ellos, un nuevo informe de la Policía Local ha dicho como en la sevillana antigua: «Que de lo dicho no hay ná». Y ya está de nuevo el puesto de incienso de la calle Córdoba de los admirables Fiances donde tenía que estar, oliendo a Sevilla. Ojalá todo fuera así, que las peticiones ciudadanas fueran escuchadas cuando tienen razón y argumentos, que es lo que ha hecho don Antonio Muñoz, a quien felicito desde aquí por el acierto del freno y marcha atrás y de dejar a puesto de incienso en su sitio de siempre.

Pero el mérito de que el señor Muñoz haya escuchado mi partición de indulto, mi pañuelo naranja, no es mío. Si convertí el artículo en una instancia fue por saltarme el Registro General del Ayuntamien­to. Y la fuerza no es mía, sino de ABC. Ah, y por un milagro del recordado don Juan Garrido Mesa, el promotor de la sociedad civil junto a Joaquín Moeckel de la restauraci­ón de una iglesia del Salvador que se estaba cayendo literariam­ente. Don Juan Garrido, canónigo y antiguo director del Colegio Aljarafe entre otros muchos servicios a la Iglesia, tiene dedicado junto a ese puesto el callejonci­to más estrecho y corto de Sevilla, más que la calle Mariscal: el que da acceso al Patio de los Naranjos del Salvador. Gracias a aquel gran don Juan Garrido, a través de su callejonci­to, tendremos en esta robada primavera unidos dos olores sevillanís­imos: los naranjos del patio del Salvador en flor y el incienso del puesto de la calle Córdoba.

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