El asalto del Arco
mismo Arco del Triunfo, también se ha convertido en matriz de otro tipo de polémicas.
Bandas de chalecos amarillos llegaron a tomar el Arco del Triunfo para denunciar ‘la tiranía nacional’. El Gobierno francés tuvo que movilizar muchas unidades de antidisturbios, militarizados para liberar el monumento napoleónico, tomado por los chalecos amarillos que denuncian una «herencia catastrófica». Desde hace meses, las bandas multiculturales de la ‘banlieue’ parisina también visitan el mismo Arco del Triunfo con otros objetivos publicitarios y polémicos: fotografiarse con posturas no siempre ofensivas, para dejar constancia de su ‘triunfo’ contra ‘el racismo nacional’. Durante las pasadas Navidades, la policía antidisturbios tuvo que intervenir en varias ocasiones, armada, haciendo redadas para neutralizar a las bandas multiculturales de la ‘banlieue’ merodeando con tensiones en los alrededores del Arco del Triunfo.
Choques guerracivilistas
Si Napoleón es uno de los grandes mitos nacionales, con Luis XIV y de Gaulle, la sublevación revolucionaria de la Comuna de París (1871) es una encrucijada histórica para toda Europa. Su celebración ha desenterrado enfrentamientos guerracivilistas, que han estallado en el consistorio parisino, donde la alcaldesa, Anne Hidalgo, proyecta una celebración ‘de izquierdas’, según sus críticos.
En nombre de su partido, ‘Los Republicanos’ (LR, derecha histórica), Rudolph Granier, concejal parisino, ha salido al paso de los proyectos municipales en estos términos: «Algunas de las organizaciones a quienes se pretende asociar a la celebración están dirigidas por comunistas que se disponen a glorificar los acontecimientos más violentos de la Comuna. El proyecto de celebración amenaza con glorificar los incendios que destruyeron partes enteras de nuestra ciudad, defendiendo mentiras históricas. Y tampoco son un gesto conciliador para los diez millones de franceses que participaron en la suscripción nacional que permitió construir la Basílica de Montmarte».
A la izquierda, gobernante en la alcaldía de París, Raphaëlle Primet, responde de este modo: «Debemos recordar y celebrar la más grande y fecunda de las revoluciones que iluminaron la historia. La Comuna fundó todos los valores que nosotros defendemos hoy».
La historiadora Mathilde Larrère teme que las divisiones actuales, en el seno de la alcaldía de París, tengan muy profundas raíces guerracivilistas: «Escuchando las acusaciones de unos y otros parece que estamos escuchando los mismos conflictos de hace dos siglos, prueba, en definitiva, de que la Comuna continúa siendo un acontecimiento profundamente conflictivo». «Leyenda negra contra leyenda roja», agrega. Conflicto que tiene muchos rostros, que van mucho más allá de la alcaldía de París, claro está.
En su día, hace dos siglos, la alcaldía de París estuvo en el corazón más atroz de la crisis. Y el edificio terminó en llamas. El incendio de la alcaldía de la capital ha sido recordado en millares de imágenes, fotográficas y artísticas. Dos siglos más tarde, la plaza de la alcaldía de París es un motivo de nuevos desencuentros: la nueva Francia multicultural viene a pasear y fotografiarse delante de las imágenes en piedra tallada. La Francia profunda, inquieta por el nuevo multiculturalismo, evita y se aleja, confirmando un desencuentro de fondo.
En el terreno estrictamente cultural, literario, las conmemoraciones de La Fontaine, Baudelaire, Flaubert, Proust, se anuncian tranquilas y burocráticas: celebraciones sin pena ni gloria cívica, con un relativo fulgor libresco. Por el contrario, el sexagésimo aniversario de la muerte de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) sigue desenterrando inquietantes demonios nacionales.
No es un secreto que Céline escribió varios panfletos profundamente racistas, antisemitas. Pero también escribió dos de las tres novelas más importantes de la literatura francesa del siglo XX: ‘Voyage au bout de la nuit’ (1932) y ‘Mort à crédit’ (1936). Esos dos libros y ‘À la recherche du temps perdu’ (19061922), de Marcel Proust, son las tres obras capitales de la literatura francesa contemporánea. Se trata de una verdad canónica en todos los manuales de lengua y literatura.
Los panfletos de Céline
Sin embargo, los panfletos racistas de Céline siguen condenándolo al destierro de las celebraciones nacionales. Personalidades como Serge Klarsfeld lo han repetido hasta la saciedad: «La República debe defender sus valores. Imposible celebrar a Céline». En esa misma línea, Richard Prasquier, presidente del Consejo representativo de las instituciones judías de Francia, machaca: «Es necesario ser coherentes. No podemos celebrar a Céline».
En su día, Nicolas Sarkozy, expresidente de la República, intentó defender la memoria nacional y cultural, de este modo: «Es posible amar a Céline sin ser racista ni antisemita. Como se puede amar a Proust sin ser homosexual». Defensa que no tuvo ningún éxito. Céline seguirá siendo un proscrito político en su propia patria