ABC (Sevilla)

Ángel Sáenz Gallego Un peluca de trazo fino

Al lado de Jaime de Mora,, el canon marbellí de la época, le hubiera dado una limosna al hermano de la reina Fabiola

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e llamaban El Peluca. Quizás por-que luciera buena mata en unaa época en la que mandaba mu-cho la estética Beatle. Pongamoss que hablamos de Sevilla y de los seten-ta. De unos años de escribir entre ren-glones, comer a salto de mata y poner-le el punto y final a la noche levantán-dole la inocencia a una guiri en el Sietee Revuelta para venderle un bodegón ve-lazqueño que olía a pintura fresca. Hayy una Sevilla de personajes asombrosos,s, mágicos, coqueteand­o con la picardía y las buenas apariencia­s, que forman unaa auténtica galería de ilustres bohemioss y aventajado­s estoqueado­res. Vivieronn del arte y de su arte personal. Pintandoo para moros y grandes almacenes. Algu-nos llevan bajo el brazo o in memoriamm uno de estos relojes de arena en los quee se les reconoce el prestigio de su desaho-go. Sería injusto que, en esa galería dee elegidos para la gloria empapelada, pa-sáramos por alto a todo un emblema dee la época. A don Ángel Sáenz Gallego,, pintor y restaurado­r, galán y vividor,, maestro en darle buen color a un pache-co y en maquearse como José Luis de Vilallonga y Cabeza de Vaca, IX marqués de Castellbel­l y grande de España. Los Guardiola, con los que compartió noches sin contemplac­iones ni absti-nencias, le llamaron el domador de locos. Dada su buena formación, agradables maneras y luces largas para lo noche, solía imponer mesura entre los desbocados de las fiestas salidas de madre. Que fueron algunas…

Heraldo de la estética, volcó su saber y buen gusto en su persona y en lo que tocaba para quitarle la cascarilla del tiempo a una escultura de Gambino. No era nada infrecuent­e verlo pasear por la Avenida para hacer las paradas de rigor en los bares de la época: Coliseo, Festival, Fillol… Dejando en el aire el escorzo de su pinturería. En pleno mes de agosto, en el local que Currinchi el del Oasis abrió en Isla Cristina, el Plantío, se presentó con blazer de lana inglesa, pañuelo de seda al cuello, camisa y pan

Ltalón blancos. Al lado de Jaime de Mora y Aragón, el canon marbellí de la época, yo le hubiera dado una limosna al hermano de la reina Fabiola de Bélgica. Precisamen­te en Marbella pasó gran parte de su vida. Restauró los frescos del XVI de la antigua sala de Justicia del Ayuntamien­to, trabajó al frente del Museo del Grabado Español Contemporá­neo y ejerció de perito tasador en varios juzgados de Marbella y Málaga. Por Marbella lo vio cierto verano un amigo suyo de Sevilla, de encendida libido, personaje fellinesco donde los haya, del que se dice que le echaba todo el amor propio que tenía a los maniquíes de Galerías Preciados. Este colega lo citó en el Hotel Pez Espada, lo llamó desde la amplia oscuridad de una limusina de esas que son largas como los inviernos y que hacen de Puerto Banús el eco mediterrán­eo de Beverly Hills. Ángel se asomó y en su interior estaba Marlon Brando, quizás buscando mantequill­a para bailar su último tango en París.

No es ninguna mala película resaltar los tres años de estudios y prácticas que se pegó en Madrid, concretame­nte en el Instituto de Conservaci­ón y Restauraci­ón de Obras de Arte. Lo que le dio suficiente­ssu conocimien­tos para que trabajara en las casas más escogidas de Sevilla. Consta en su currrículu­m, con fecha y firmma de los interesado­s, trabajosb de restauraci­ón de treintat y dos cuadros de diversod formato para la viudav de Salvador Guardiolad Fantoni. Y también dejód su saber en la Casa de Pilatos,P en la que Rafael de MedinaM Vilallonga, Duque ded Medinaceli, avaló con sus firma los trabajos realizados­z en treinta y nueve cuadroscu de temas mitológico­sgi firmados por Pachecoco y Velázquez; otros catorcece de Antonio Mohedano, discípulod­i de Pacheco; y pinturastu murales del dieciséis obraob de Diego Rodríguez. Igualmente­Ig trabajó en el PazoPa de Oca, restaurand­o 29 cuadros y veinticuat­ro esculturas­es diecioches­cas de Gambino.Ga Su trato con los Medinaceli­Me fue tan cercano quequ El Peluca llamaba a Ignacio,na Ignacito, quizás por la diferencia­d de edad que habíabía entre ambos.

PeroP El Peluca no siempre tuvotuv la misma suerte con sus clientes.clie De alguna forma, en Sevilla,Sev con muchos de ellos, compartíac­om conocimien­to y sietete revueltasr más. Pero en Cazallazal­l de la Sierra no conocía a nadie.nad Desde Palacio le hicieron el encargo de restaurar una Virgen de candelero muy venerada en el pueblo. Las vírgenes de candelero se visten y solo son visibles sus manos y rostros. Ángel la desvistió en la sacristía de la iglesia y un exaltado, al verle los listones, entendió que se había cargado la imagen de su fe. El Papa a su lado era un hereje. Montó semejante Vietnam en tan calmosa villa que tuvo que abandonarl­a como los americanos Hanoi: najando sin parar en la vespa y dejando sus útiles de restauraci­ón en la iglesia. Hoy es octogenari­o y vive consciente de que el tiempo puede maquillars­e en los cuadros más ajados, pero que finalmente te convierte en Dorian Grey, con peluca a lo Beatle o domando locos en fiestas de guardar…

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