El bombardeo contra milicias chiíes en Siria es una represalia y a la vez un aviso a Teherán
La aviación norteamericana bombardeó ayer, siguiendo órdenes precisas del presidente Biden, instalaciones en el este de Siria, cerca de Irak, controladas por varias milicias prochiíes apoyadas por Irán y aliadas del régimen de Al Asad. Según el Pentágono, los ataques cerca de la localidad siria de Abu Kamal –que según varias fuentes dejaron al menos 20 muertos e importantes destrozos materiales– fueron una represalia por los ataques llevados a cabo en las últimas semanas por esos grupos contra objetivos de EE.UU. en Irak, el último hace diez días en el que murió un contratista militar.
Washington dijo que el ataque se produjo gracias a información de inteligencia, también la suministrada por Bagdad, y tras consultar a sus aliados. El Gobierno de Irak –que desde la caída de Sadam está controlado por la comunidad chií y se ha acercado a Irán– negó sin embargo haber facilitado información a EE.UU. Rusia, que juega en la guerra civil siria en el bando de la dictadura de Asad, se quejó de que la Casa Blanca le informó del ataque «cinco minutos antes», y el Gobierno de Damasco lamentó que la nueva Administración norteamericana haya decidido seguir «la ley de la jungla» como la anterior de Trump.
Con su rápida intervención militar, apenas llegado a la Casa Blanca, el presidente Biden demuestra no tener aspiraciones, como su antecesor demócrata Barack Obama, al premio Nobel preventivo de la Paz. El presidente también pretende dejar claro que no le tiembla el pulso a la hora de emprender acciones militares, más aún si se trata de vengar ataques contra sus intereses o fuerzas desplegadas por el mundo.
Golpear y marcharse
Pese a la contundencia y rapidez de la acción, el Pentágono advirtió que no va a implicarse en la guerra civil siria. La Administración Biden tampoco pretende cambiar el actual equilibrio de fuerzas en el conflicto, claramente favorable al régimen de Bashar al Asad. En pocos días se cumplen diez años desde los levantamientos contra la dictadura de Damasco, y los datos están ahí: medio millón de muertos, la mitad de la población de Siria desplazada dentro y, sobre todo, fuera del país, gran parte del territorio recuperado por las fuerzas de Asad –exceptuando pequeñas zonas en el norte, este y oeste– y todas las potencias de la región enfrentándose por poderes, a través de una galaxia de milicias.
El guirigay sirio es tan formidable que ni Trump en su día, ni mucho menos Biden, han mostrado interés por implicarse en Siria, ni en el terreno diplomático ni en el militar. Sus acciones se dirigen a mantener el ‘statu quo’. La acción bélica contra las bases de Hizbolá en Siria es solo la respuesta de la superpotencia a los ataques contra sus intereses en Irak, y una advertencia al régimen de Irán, que se sospecha que los alienta.