El sitio de nuestro recreo
COSAS DE NIÑOS
Temerosos de un silencio incómodo, no querían hablar de comedia antes de conocer el veredicto del público. Ahora sí, lo confirmamos: ‘Cosas de niños’ es una comedia. Una comedia que echa flores sobre los sarpullidos y a la que le crecen encantadores tallos por entre las hendiduras. Ahí radica su humor: en la supervivencia de una planta que de una oquedad en el suelo se levanta, en el escudo, en la forma de mirar. Plantean un erial y de ahí nace el disparate. Tenemos la agonía llevada a otro terreno, el de la hilaridad. De lo dramático surge en estos dos intérpretes, Alfonso Sánchez, quien además se ha ocupado del guion, y Alberto López, lo que ya han demostrado en sus anteriores trabajos, aunque de una manera diferente. Esta vez, los compadres salen a escena enfrentados para lanzarse al sitio de nuestro recreo: la discusión que no trata de llegar a nada. Simplemente, discutir. Los males de la sociedad con costuras al soltarse en la antesala de lo que parece una tutoría de colegio. La cristalización del eco machadiano que dice eso de que cantando la pena, la pena se olvida. Y qué serio parece todo esto cuando en el escenario la única sombra es la de la carcajada algo molesta. El ‘ay’ que sucede al chiste que nos hiere.
¿De qué va ‘Cosas de niños’? Pues de dos tontos hiperbólicos que en el fondo nos representan cuando nos ponemos tontos. La caricatura de dos padres que se encuentran al recoger a sus hijas y que empiezan a medirse por sus diferencias. Uno es, retratado por el otro, el «típico cocainómano de paella y barbacoa». Empresario de medio pelo, chaquetita bien compuesta, secretaria al otro lado del teléfono, tópico de gran español, sufridor por dentro, no soy racista, pero... Y el otro, igualmente esperpéntico, «antisistema de sushi y caviar». Moderno por fuera, siempre zen, padre de una niña vegana que no levanta dos palmos del suelo, depositario de un gran complejo de chiquillo con gorrita y andrajo cuando todos a su alrededor saben que tiene ya una edad. El grupo de Whatsapp de los papás; los que se van, los que se quedan. Educación, racismo, política, nuevos valores... En este estreno, dejaron al Cartuja Center con la sensación de masticar un caramelo con chicle de hiel en su interior. Dulcemente amargo. Combativo ante las expectativas de cualquiera. Realista en su cómica deformidad.
Dos tontos hiperbólicos (y padres) que nos representan cuando nos ponemos tontos