ABC (Sevilla)

Papeleta de sitio

- POR SILVIA TUBIO

En esta extraña Semana Santa, vaciada de pasiones en la calle, la papeleta de sitio se ha erigido en símbolo de la solidarida­d, de la implicació­n en la vida de hermandad a pesar de los tiempos y también, por qué no, de rebeldía frente a la pandemia. No hay sitio que ocupar, pero sí hay hueco en el cofrade que, año tras año, las va colecciona­ndo como testimonio de una vida en su cofradía. Se negó a que una pandemia le quitara la papeleta número 18 y tampoco va a permitir que el virus haga lo propio con la 19, esa que tanto esperaba porque allá por octubre pensó que volvería a coger farol de cruz de guía porque esto de la crisis –eso decían los expertos– se habría terminado en 2021. ¡Pobre de mí!, que también le cantan al santo de los navarros.

La papeleta retrotrae a las vísperas de las salidas cuando los hermanos más jóvenes, impaciente­s por naturaleza, aguardan a que se publiquen los listados con la formación de los tramos de la procesión. Acercarse al Señor o sentir próxima a la Virgen, mientras se enfila la carrera oficial, son galones de veteranía que se van ganando con el tiempo. Cuando se pasa de tramo es como quien sube un peldaño que le acerca a la gloria y a su puerta se llama con cirios de cera transforma­da en otro color.

Aunque son noveles en muchas cosas de la vida, desde muy temprano se despierta en ellos las ganas de progresar en la procesión. Su primera estación, del cestillo a la varita, es el despertar de esa ilusión que no hace más que confirmars­e cuando el fino metal, coronado con el escudo, se funde en la luz del cirio. La papeleta de sitio es el billete que les asigna y les confirma su sitio; pero es también el fiel testigo de ese tránsito que resulta vital en las cofradías porque en esas primeras etapas se siembran y germinan las semillas de la savía que debe regar de vitalidad a las hermandade­s en los años venideros.

Sólo el tiempo les enseñará a nuestros pequeños nazarenos que el gozo se obtiene simplement­e con tener la oportunida­d de ponerse el antifaz, ajustarse el cíngulo o el esparto y echar a andar hacia el templo. Un ritual que no se cumple hace dos años y al que no han podido iniciarse tantos niños, cuyas túnicas se guardan celosament­e en los armarios de la devoción de cada casa. Por eso, la papeleta no es sólo símbolo de caridad y de compromiso en esta etapa de enfermedad; es también recordator­io de que la Semana Santa puede ser intimista, pero cuánto se echa de menos que te digan en qué tramo vas este año.

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