LECCIONES DE HISTORIA
El déficit al trasmitir la épica de los mejores episodios nacionales de nuestra reciente historia es el que aprovechan los que prefieren dividir
En la reciente conmemoración de los 40 años del fracaso del intento de golpe del Estado del 23-F muchos se han sorprendido del desconocimiento que los jóvenes españoles tienen hoy de aquel acontecimiento histórico que supuso un hito en la Transición española y reforzó nuestra democracia. No es de extrañar si, como explican los docentes, en los planes de Bachillerato hay que estudiar toda la Historia de España, desde la prehistoria a nuestros días, en un solo curso. Por eso, lo más normal es que cuando junio aprieta, ni siquiera se haya estudiado al completo la Guerra Civil. Eso explicaría que muchos de nuestros representantes políticos se hayan quedado encasquillados en aquel terrible episodio de la historia de España.
Con el 28-F parece que hay similares lagunas. A menos que un joven se haya interesado en estudiar los orígenes de nuestro proceso autonómico de una forma libre y por fuentes independientes y no interesadas, su universo del Día de Andalucía se ceñirá al «orgullo de ser andaluz», y al recuerdo de un día de disfraces en la escuela, un desayuno en el recreo de pan y aceite y las notas del himno en la flauta.
Extraña esa escasa difusión de las claves de ambos procesos: de la fortaleza de la voluntad del pueblo, de la decidida vocación de españoles por convivir en paz, de la esperanza que demostraron los andaluces por emprender un camino para dejar atrás el blanco y negro de su historia, sobreponiéndose a los obstáculos que le imponían a cada paso un Gobierno que no supo anticiparse al futuro. Que estaba enfrascado en resolver sin éxito el conflicto de los nacionalismos excluyentes que hoy sufrimos cuarenta años después mientras se sigue sin mirar al sur integrador para restablecer el equilibrio territorial de España en su diversidad.
Ese déficit al transmitir la épica que sintetiza los mejores episodios nacionales de nuestra reciente historia lo aprovechan quienes prefieren la división a la suma, los que desairan a las instituciones mientras cobran de ellas, los que nos dibujan una realidad deformada con el lenguaje guerracivilista desde el revanchismo y la apropiación del andalucismo.
Andalucía ya no pide tierra y libertad, pero su pueblo exige respeto a sus valores comunes de convivencia, a su luz que alumbra hombres y que pervive tras siglos de tanta guerra.