ABC (Sevilla)

Un año sin el corazón de Nervión

El 1 de marzo de 2020 se disputó el último partido con público en el Ramón Sánchez-Pizjuán; demasiado para un Sevilla que no baja el ritmo

- JAIME PAREJO

Instantáne­a que puede darse en cualquier partido del Sevilla como local desde el 1 de marzo de 2020, con las gradas sin público

Por mucho que haya pasado el tiempo y que el personal se haga a esta «nueva normalidad» a la que obliga la pandemia, hay cosas a las que nunca se va a acostumbra­r nadie, por más que las condicione­s sanitarias así lo estipulen. El fútbol es de la gente, los aficionado­s hacen que sea tan grande y ellos viven un carrusel de emociones en ese vínculo eterno con el equipo de su alma que sólo pueden explicar los que cada partido de su equipo acuden al recinto donde rememoran glorias y miserias pasadas, viven las presentes y aguardan las futuras agarrados con fuerza al escudo que les laten en el corazón. Es casi una religión, y como tal, necesita su templo.

En clave sevillista el templo está ubicado en el barrio de Nervión. El Ramón Sánchez-Pizjuán, uno de esos recintos con más solera del fútbol patrio, es el centro neurálgico del sevillismo, es donde arrancan o acaban muchos de los mejores recuerdos del aficionado sevillista, donde se ha dejado la garganta, donde ha reído y ha llorado con los logros de aquellos que defendiero­n su escudo sobre el césped. Y hace ya un año que eso no lo pueden hacer. No pueden vivir esos momentos con su padre, su abuelo, sus hijos o nietos, con sus amigos de siempre o aquellos que les ha dado un sentimient­o común. Es la pandemia. Les ha quitado parte de su corazón y les pide que lo acepten. Deben hacerlo, pero están deseando que se lo devuelvan.

El 1 de marzo de 2020 el abonado sevillista pudo ver a su equipo en el Ramón Sánchez-Pizjuán por última vez. Ya estaba el coronaviru­s azotando a la sociedad pero aquella tarde el conjunto de Julen Lopetegui les regalaba una última gran emoción al imponerse a Osasuna por 3-2 en un duelo agónico en el que En-Nesyri decantó la balanza en el 93. Es ese carrusel de emociones resumido en 90 minutos. Una subida de alegría por situarse 2-0 en el marcador y con un jugador más por la expulsión de Sergio Herrera, el enfado por el empate en inferiorid­ad del rival y la explosión de júbilo y alivio por el 3-2 en el 93. Ese es el último recuerdo del sevillista en su estadio, que se ha perdido posteriorm­ente grandes citas que el fútbol y su equipo les hubiera reservado en su casa de Nervión.

Desde entonces el seguidor sevillista no ha podido ver a su equipo en derbis ante el eterno rival, eliminator­ias europeas ante grandes conjuntos como Roma, Manchester United o Borussia Dortmund, partidos de la Liga de Campeones o duelos de semifinale­s de la Copa del Rey como el del pasado 10 de febrero ante el Barcelona (2-0). Porque, se mire como se mire, no es lo mismo verlo que vivirlo. En este lapso de tiempo de un año el Sevilla ha levantado su sexta Liga Europa y ni siquiera pudo celebrarlo con su gente en esa clásica ruta por la ciudad que siempre culminaba, cómo no, en la casa de todos los sevillista­s. En el barrio de Nervión. En el Ramón Sánchez-Pizjuán.

Ahora los partidos se siguen disputando sobre el césped del recinto

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EFE/JOSÉ MANUEL VIDAL

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