El drama de alumbrar una vida nueva en EE.UU.
ABC se adentra en el campamento El Chaparral, en Tijuana, desde donde 1.500 emigrantes esperan pasar a EE.UU.
migrantes provenientes de Centroamérica y El Caribe esperan, sin muchas opciones en sus procesos regulatorios, que Biden les dé asilo en EE.UU. hacinados en el olvidado campamento de El Chaparral. Vean la realidad que les asola.
Cae la tarde en Tijuana y en el campamento El Chaparral el hambre, las historias (dramáticas), que conocerán a continuación, y un aura de desesperación y miseria ‘relucen’ en la noche tenebrosa mexicana ante la incertidumbre y el ansia de la llegada a Estados Unidos, el país con el que sueñan nuestros desafortunados migrantes hispanos. «Hay que salir pronto de esta zona, ni la ciudad y mucho menos este punto es seguro para que usted permanezca aquí», nos advierten distintas fuentes nada más poner un pie entre los inmensos y coloridos anuncios de ‘ Tijuana’ y ‘México’ que intentaban atraer turistas, antes de la llegada de los emigrantes, entre los que se asoman unas 150 típicas tiendas de campaña azules cubiertas de plásticos de basura, en las que se hacinan unos 1.500 emigrantes, pegados a la muralla de la Aduana de Tijuana junto a la conocida Garita como El Chaparral. En medio del improvisado campamento, a unos metros de la frontera con EE.UU:, como si de un santuario se tratara, dentro de una enclenque carpa se encuentran dando de comer a la fila de unas 40 almas desvaídas. El primer contacto con un profesional de ayuda humanitaria dentro del campamento proviene de una casa colectiva situada en las playas de Tijuana, un hogar de migrantes, que se traslada a la zona para dar sustento alimenticio a los emigrantes.
Antes de irnos un haitiano tembloroso, que no habla español, nos agarra ansioso la cabeza hacia el traductor de su móvil. «Tranquilo, te escuchamos, dinos en francés o inglés, te vamos a entender». No hizo falta, al girarse, nos mostró la parte posterior de su oreja reventada en carne viva mientras imploraba la presencia de «un médico, un médico, por favor», acertaba a exhalar nervioso entre frases entrecortadas cuando nos tiraba de la camisa. No pudimos ayudarle, no
Eexiste, por más que lo buscara, el más mísero atisbo de un solo sanitario en todo el asentamiento.
En el otro extremo del campamento y, al mismo tiempo, ABC observa a un grupo de diez emigrantes que grita desoladamente acompañando a una pareja de hondureños, el marido agarra fuertemente a la mujer, que pasea sigilosa, del brazo enrollada en su parte inferior en una toalla beige manchada. Está a tan sólo unos minutos de dar a luz. «Nos dirigimos a la garita, queremos que nazca allí», nos advierten mientras avanzan al Ready Lane San Ysidro US Mex Border, un paso próximo y más amplio a EE.UU.. No les dejarán llegar, pero la desesperación y un supuesto pasaporte inútil e inalcanzable para el matrimonio al autodefinido como país de los sueños arrasa con todo, hasta con la posible muerte de su bebé. ¿Qué más da si vivirá miserablemente lleno de peligros en su país de origen?
En busca de comida
La exasperación, las tragedias personales, las colas del hambre y la desdichada violencia con los emigrantes desfavorecidos no cejarán en el olvidado campamento de El Chaparral. Mientras una inmensa limusina Hummer con los cristales tintados avanza por la misma carretera anexa al grupo de migrantes que hace cola para pedir comida, entretanto divisamos a unos cientos de metros el NewCity Medical Plaza que se alza imponente en un edificio negro minimalista que alberga consultas privadas de prestigiosos médicos. Los contrastes mexicanos se hacen más evidentes, si cabe, a este lado del muro. Como conexión de múltiples desdichas personas sin hogar de gran parte de la ciudad acuden a la zona en busca de comida, zapatos y ropa que traen las Casas de Migrantes y pequeñas ONG que aparecen para ayudar a las víctimas de los flujos migratorios.
La vida, corrompida, en Tijuana sigue sin que nadie, ni el Gobierno de México ni el de Estados Unidos, parezca atender al abandonado campamento, que augura una crisis humanitaria mal gestionada desde que se instaló la primera modesta tienda de campaña en el duro y sucio cemento. Ante la inexorable marcha del campamento, que aumenta cada día, sólo se nos ocurre una pregunta que lanzamos al cielo, ¿hay intención de que esto suceda?