POSTALES
El Gobierno central ha hecho lo que suele hacer en estos casos: dejar a las autonomías que lo regulen ellas y carguen con el muerto
DE seguir así las cosas, Madrid va a convertirse en la capital europea del ocio. Ya sé que muchos preferirían de las finanzas, como venía siendo Londres, o de la cultura, como presumía París, o de las ruinas históricas, como Roma. Pero el ocio tiene cada día más importancia, hasta el punto de constituir una de las primeras industrias de algunos países y lleva camino de serlo en el nuestro. O llevaba, porque el maldito virus se ha ensañado precisamente en tal terreno y, en vez de ser nuestro petróleo, muestra infinidad de cadáveres en él, desde bares cerrados –he oído que la calle madrileña de Bravo Murillo tiene más que toda Suecia, pero me cuesta creerlo– hasta las terrazas, que forman parte del paisaje urbano español, pasando por todo tipo de clubes, desde los famosos casinos provincianos hasta las salas de alterne de carretera.
El único problema es que el ocio requiere gente, lo más abigarrada posible, música, lo más alto permitida, y ese desparpajo que sólo se adquiere con dos copas de más. Que son precisamente las condiciones en que el Covid-19 se siente más cómodo para propagarse entre el género humano. Con lo que tenemos que, al mismo tiempo que Madrid se convierte en la capital europea del ocio, puede convertirse también en la de la pandemia.
Espero que no ocurra y si hago la advertencia es para llamar la atención sobre el dilema en que se encuentran no sólo nuestras autoridades, sino nosotros mismos. Se ha definido como la alternativa entre diversión o muerte, pero me parece exagerada. Es verdad que las multitudes, la ausencia de mascarillas o no respetar las distancias facilitan la propagaron del virus y llenan las UCI. Pero no menos es cierto que el cierre de toda actividad comercial lleva a la muerte de empresas y de quienes dependen de ellas. Tiene que haber un término medio entre ambos extremos, que suele ser la forma de salir de este tipo de situaciones. Ni tolerar todo tipo de actividades lúdicas, ni bajar su persiana. ¿Cómo? El tráfico, como en tantas cosas, nos ofrece la solución. Del mismo modo que se ha probado prohibir circular a los coches con número par en su matrícula tres días por semana, mientras circulan los de número impar, podría permitirse abrir un 50 por ciento de bares, restaurante y salas de fiesta, mientras los otros cierran. El objetivo es que puedan sobrevivir mientras dure la pandemia. Pero el Gobierno central ha hecho lo que suele hacer en estos casos: dejar a las autonomías que lo regulen ellas, y carguen con el muerto, montando espectáculos tan poco edificantes como que alemanes o franceses puedan ir a Madrid, Mallorca o Canarias, pero no los españoles de la comunidad vecina. «¡Qué tropa!», volvería a decir el conde de Romanones.