ABC (Sevilla)

TODO IRÁ BIEN

- SALVADOR SOSTRES

España es hoy el sumidero por el que caen ejércitos de infelices que intentaron impresiona­rnos con lo que no eran

POR hacerme el homologado con una muchacha la llevé a un club de fumadores de marihuana. No es que la llevara pero salimos de almorzar sobre las siete, pasamos por delante de una puerta rara, ella me dijo algo sobre que aquello le gustaba y entonces recordé que hace años mi hermana me pidió que me hiciera socio porque tenía unos impagados y necesitaba otra identidad. Entré haciéndome el grande, dije mi nombre, y cuando me preguntaro­n qué quieren fumar tuve el ímpetu de responder como mando en los restaurant­es: «Tenemos mucho dinero, muchas ganas de estar bien y mucha confianza en todos ustedes. Traiga lo que si pudiera se fumaría con sus amigos. Y dos gintónics». Gintónics no tenemos, me respondió, como si le hubiera pedido algo tan extraordin­ario, sólo agua, refrescos y cervezas. Y pensé: ‘Hay que ver estos drogatas, todo el día aquí colgados, y se ponen estupendos con mi gintónic’.

Estamos en retroceso, me dije, y si gana la presidenta Ayuso será la última vez que ganemos. Mírate Sostres, el mejor columnista de España haciéndose el drogadicto para gustar a una chica con la que de todos modos no iríamos a ninguna parte.

El camarero nos dio una bolsita con la hierba. Mi muchacha –‘mía’ para que ustedes me entiendan–, se levantó a pedir tabaco a una de las otras mesas. Mucho chándal. Casi todos iban en chándal y lo primero que pensé –y en realidad lo último, por lo menos de aquella tarde– fue que estos fumetas tendrían que tomarse más en serio, y hacerse locales más interesant­es, con comida hecha de sus productos y gintónics y champanes y ese general bienestar que convierte lo marginal en categoría practicabl­e.

Ella lió el porro y yo trataba de disimular mi estupefacc­ión de niño demasiado bueno, e idiota. He de decir en mi defensa que fumé con solvencia, aunque después de cada tiro necesitaba un trago de agua porque era endiablada la quemazón en la garganta. Ella era muy bella y fumaba con mucha clase. Me propuso compartir el petardo. Pero pensé: ‘Salvador, ¿qué quieres? ¿Y cómo esperas obtenerlo?’. De todos mis absurdos, el que más me excita es lo que he llegado a lastimarme cuando ya sabía que no había nada que hacer.

Porque la droga, que sentado no la notaba, me hizo el efecto entero cuando al levantarme no me tenía en pie, sobre todo si permanecía quieto. Andar pude, y en línea recta. Pero era tal la concentrac­ión que necesitaba, que prescindí del postrero afán que los hombres solemos tener por si cae algo en la despedida y me limité a agarrarme a ella por no desmoronar­me.

España es hoy el sumidero por el que caen ejércitos de infelices que intentaron impresiona­rnos con lo que no eran. Llegué andando a casa con gran esfuerzo. Al sacarme el iPhone del bolsillo vi la bolsita con la hierba y la tiré inmediatam­ente por la ventana para que Betty no la encontrara poniendo a lavar los tejanos. Porque oiga, hacer el ridículo por una muchacha, pues vale, pero no tiene un pase que el servicio piense que el señor fuma marihuana.

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