ABC (Sevilla)

Volverán el poso de la cera y las a plomo... por aquellos que ya no están

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levantás

HABRÁ palmas y habrá ramos. Y el recuerdo de lo que pudo ser y no será. Pero no habrá caoba ni plata en San Miguel, ni ruán enlutando los Austrias, ni aquella croqueta de La Daniela, ni el primer trago nervioso en el asador que siempre nos saluda al sol de la cofradía que bulle, ni el cortado de Otero entre risas, ni el abrazo con chicharron­es en Casa Paco, ni los cigarros eternos en el panecillo de la basílica, ni vasos largos en Cuchillero­s, ni relevos en Conde de Barajas.

No se oirá el sonido hueco del palermo, o el golpe seco posando la cruz de guía en la rampa, ni la cadencia del sudor ansioso bajo el respirader­o, ni el poso de la cera sobre el adoquín, ni LaMadrugá revirando en Unión, ni Margot junto al Real. No habrá incienso nublando el aire, ni cita con tu hornazo en Sierpes, ni pringá en Adriano, ni un barco avanzando de costero en Placeta. Qué extraño todo. Tantos que ya no están, tantos que se quedan… con esa tristeza ensimismad­a bajo el antifaz de una anormalida­d sin vacuna, con los ojos vidriosos y esa túnica planchada que otro año quedará holgando en su percha, a oscuras. Sin Domingo de Ramos.

Volverá el sonido fulminante de los varales reventando parihuelas, volverán las levantás a plomo, y aquellas igualás interminab­les bajo el ficus de El Museo, a una chicotá de San Gregorio, y volveré a ahuecar las rosas para posar la mano sobre el llamador mientras Amarguras anuncia que el sueño de los despiertos dejará de ser una pesadilla mañana. Invariable. Intenso, con la memoria de la prosa dulce de Serna, Herrera, Robles o García Reyes suavizando el trago mientras guardo la corbata negra como un ritual, hasta el año que viene.

Volverá porque nunca se fue, aunque no esté ahí, con su aguja inexorable marcando la hora en que todo se transforma en un bullicio de tópicos que no caducan, con la vida y sus silencios blancos tatuados en la arpillera, con faroles guiando esa recogida que te encoge el alma. Todo volverá… menos tu beso en la frente, grave, susurrándo­me ‘¡suerte capataz!’. Ya no acariciará­s tu manojo de lirios en agua y no serás puntual a tu liturgia de procesión. Te fuiste. Estás. Lo sé. Pero ya no volverás.

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