ABC (Sevilla)

En ‘Sálvame’ se lloró siempre, pero ahora se llora con psicólogas

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ron castigados, arrancados de su ciudad y su trabajo para ser enviados a un pueblo remoto. El año pasado, a través de una aplicación de citas, conoció al dueño de un restaurant­e en Estados Unidos. Aunque la primera impresión no fue buena –su amante le recibió con gorra y pantalón corto, un estilismo algo hortera que hacía presagiar un desastre– vivieron juntos el confinamie­nto. La convivenci­a durante esos meses le hizo descubrir cómo había cambiado desde que dejó su país: la soledad le había hecho un hombre «miedoso, triste y solitario, alguien introverti­do y sensible». Su compañero le complement­aba en todo, es alegre, optimista, valiente. Tras una declaració­n de amor íntima y sencilla, se prometiero­n y han anunciado su boda para finales de este año, cuando esté en regla la documentac­ión necesaria para la ceremonia.

Jang existe. Es un hombre feliz que se casa con otro hombre feliz. Forman una pareja ideal, mal que le pese a Corea del Norte.

Parecía haber una división de funciones en las ‘teles’ privadas: de cintura para arriba, disolvía La Sexta (federalism­o y dineros); de cintura hacia abajo, Telecinco (feminismo, moral y LGTBI).

La identidad lo es todo y manda lo segundo. Con el ‘Rocío vs. Antonio David’, ‘Sálvame’ le está dando a la izquierda el 8-M que no pudo tener y hasta un ‘cebo’ para el reality electoral de Madrid.

Ya el año pasado, con el Covid campando, animaron a ir a la manifestac­ión y a los pocos días, cuando el Gobierno había dado el volantazo, reñían a la gente y seguían marcialmen­te el ‘espíritu de los balcones’. «¡Por mi gobierno, mato!».

A ‘Sálvame’ llamó Pedro Sánchez, y el programa ha sido uno de los arietes de la propaganda, lo que no puede extrañar con una audiencia de millones de mujeres a las que repiten ahora conceptos como ‘yo sí te creo’, ‘violencia silenciosa’ o ‘revictimiz­ación’.

La partidos del consenso ven en la mujer lo que los demócratas en el afroameric­ano: un voto cautivo al que administra­r la liberación. Las jóvenes toman ‘conciencia’ en otros sitios, pero la mujer mayor ve mucho el ‘Sálvame’, donde se lloró siempre y ahora se llora con psicólogas.

El feminismo politiza allí el pathos de Belén Esteban, lo da a comulgar, se hace ‘chuminero’ y se desdobla en feminismo de mortero y de monedero. ¿Cuál es de Calvo? ¿Cuál es de Montero?

‘Salvame’ no es solo el único programa divertido de la tele, el único que conserva el disloque de los 90, se ha ido quedando también con el ‘corazón’ y las portadas de las revistas. El folclore pop que viene del franquismo, la herencia sentimenta­l de Jurado o la Pantoja, es explotada por ellos con filosofía PSC. No es que hayan metido a Kiko Rivera y Rociito en nuestro salón, es que han moldeado sus vidas. Las sagas de toreros y folclórica­s han acabado así en padres que no se hablan con los hijos, y en hijos que hablan mal de sus padres. Roto el vínculo, gastado el mito, ellos (¡la cúpula y la sobrecúpul­a!) son ahora los dueños del cortijo y del polígrafo.

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ABC Jang Yeong-jin ha publicado un libro contando su historia

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