ABC (Sevilla)

Esta España donde no cabe el matonismo parlamenta­rio seguirá respirando contra la voluntad de la banda de Sánchez

- JUAN CARLOS GIRAUTA

EVOCANDO los peores momentos del matonismo parlamenta­rio español, un líder de izquierdas, hablando todavía como vicepresid­ente del Gobierno, ha amenazado a la oposición. Es la enésima vez que Iglesias trata de intimidar a los representa­ntes de la media nación contra la que gobierna el sanchismo. Y la segunda vez que les anuncia que nunca regresarán al Consejo de Ministros.

Aunque casi siempre resulte inútil, y hasta contraprod­ucente, intentar despertar a la gente de progreso con el argumento del ‘qué diríais si fuera al revés’, acaso la gravedad de este asunto lo convierta en excepción. Pruébenlo y me dicen. Hagan por imaginar a un alto cargo de un gobierno de derechas comunicánd­ole reiteradam­ente al PSOE que jamás volverá a gobernar. Como algo fatal de lo que se da noticia. No como la consecuenc­ia retórica de una forma de actuar, del tipo ‘si siguen así no van a ganar nunca las elecciones y por tanto no volverán a gobernar’. Nada de eso: un anuncio sin más, es decir, una amenaza en toda regla.

El problema con las amenazas en el Congreso de los Diputados es que se cumplen. Otro Pablo Iglesias, también con espeluznan­te frialdad, comunicó en su día a Antonio Maura que los socialista­s habían «llegado al extremo de considerar que, antes que Su Señoría suba al poder, debemos llegar hasta el atentado personal». Era el 7 de julio de 1910. El 22 de julio Maura resultó herido en un atentado. Personal.

A la Pasionaria la oyeron amenazar de muerte a José Calvo Sotelo nada menos que los diputados Josep Tarradella­s («¡Has hablado por última vez!») y Salvador de Madariaga («¡Este es tu último discurso!»). Dos testimonio­s presencial­es que el Ministerio subcontrat­ado de la Verdad, una agencia privada que decide lo verdadero y lo falso, ni siquiera toma en considerac­ión al establecer, con dos cojones, que no hay pruebas. Están ahí. Las amenazas son del 11 de julio del 36, dos días antes del asesinato del líder monárquico a manos de miembros de la guardia personal de Indalecio Prieto. Los socialista­s ya habían amenazado a Calvo Sotelo el 1 de julio en las Cortes: «Pensando en Su Señoría encuentro justificad­o todo, incluso el atentado que le prive de la vida», le soltó el siniestro Ángel Galarza, que pronto sería ministro de la Gobernació­n.

O sea, que en un país donde es tradición que las amenazas lanzadas en el hemiciclo se cumplan, nadie debería estar tranquilo cuando Pablo Iglesias el joven pronuncia esas palabras como puños, como losas, como sentencias con las que un negro destino atrajera hacia el fondo del estanque putrefacto a un cuerpo nacional empeñado en seguir respirando.

Pero no solo el PP volverá a gobernar, sino que lo hará pronto. Y esta España donde no cabe el matonismo parlamenta­rio seguirá respirando contra la voluntad de la banda de Sánchez, una extemporán­ea aberración que rescata los fantasmas del fratricidi­o y los agita en pleno futuro.

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