Muere por ELA Miguel Pérez, exdirector del colegio Tabladilla
Hace menos de tres años, cuando tenía 38, le diagnosticaron la enfermedad
«No puedo hablar con mis hijos, andar, conducir o ser autónomo, pero la ELA me ha traído cosas buenas». Son palabras de Miguel Pérez García cuatro meses antes de que la esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa e incurable, acabara con su vida este miércoles. Miguel sufrió un empeoramiento de su salud el pasado fin de semana y tuvo que ingresar en el Hospital Virgen del Rocío, de cuya unidad dedicada a la ELA era paciente.
Este ingeniero industrial afincado en Sevilla tenía 40 años y cinco hijos. Su mujer, Lucía Capapé, filóloga, lo estuvo acompañando en todo momento desde que hace menos de tres años, tras varios meses de debilidad y falta de fuerza en una pierna, los médicos le dieron la noticia de que padecía la misma enfermedad que el físico británico Stephen Hawking, la misma que se ha cobrado la vida recientemente del banquero Francisco Luzón y del exfutbolista y periodista Carlos Matallanas. La misma que padece el exportero del Sevilla y del Barcelona Juan Carlos Unzúe, una enfermedad rara, de origen desconocido, que padece sólo una de cada cien mil personas.
En una entrevista publicada el 22 de noviembre, Miguel contó a ABC que nunca pensó «por qué me tocó a mí, pero sí a veces me pasaba por la cabeza la idea de que la ratio es uno de cada 100.000… y piensas ‘¡Vaya tela! Ya podía haber sido la primitiva’».
Había cursado sus estudios superiores en la Escuela Politécnica Superior de la Universidad Carlos III de Madrid y dirigido el colegio Tabladilla de Sevilla tras haber trabajado durante seis años en varias consultorías y centros educativos. La ELA le obligó a dejar el centro educativo en el que había sido feliz, pero le hizo descubrir otras cosas («la amistad verdadera» y «el amor puro, entre ellas) que le permitieron, junto a su fe, mantener su paz interior durante el avance de su enfermedad, según contó a ABC. Recordaba este ingeniero lo que sintió cuando le dieron el diagnóstico y lo que eso implicaba: «Preocupación y pena... porque iba a dejar a mi familia sola sin marido ni padre. Aceptación... porque enseguida me di cuenta de que no tenía otra opción y le dije a Dios que si ésta era su