ABC (Sevilla)

EN CUARENTENA

- POR JUAN JOSÉ BORRERO

S Ino fue eso que llaman justicia divina lo pareció. La ovación que recibió el domingo el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, en el Teatro de la Maestranza en el homenaje al Pregón hizo justicia al hombre y a su pontificad­o. Y fue especialme­nte memorable porque monseñor Asenjo recibía ese aplauso de la Sevilla cofradiera desde el asiento que ocupaba en la primera fila del patio de butacas del teatro y durante un pregón de pregones.

Recuerden: ese fue el sitio desde el que el prelado siguió su primer pregón de la Semana Santa de

Sevilla, recién llegado a la ciudad como obispo coadjutor en 2009. Un protocolo escaso de empatía le relegó a ese lugar donde fue víctima de la ingratitud que tantas veces gasta esta ciudad con los que llegan para servirle y no le ríen las gracias.

Ese año, el abogado Enrique Henares dedicó al final de su pregón un cariñoso pasaje al cardenal Carlos Amigo tras el anuncio de su marcha. Se ganó así el aplauso más prolongado de la mañana. Inmediatam­ente después, Henares tuvo un desabrido comentario hacia el coadjutor recién llegado, a quien ni siquiera citó por su nombre. Fue a cuenta de la estampita de la Macarena que una persona ofreció al obispo en su toma de posesión y que éste le pidió entregara a su secretario. El abogado, travestido de fiscal en el atril, le espetó: «Eminencia, en Sevilla la Virgen de la Esperanza no sabe de secretario­s». El teatro no reparó en la impertinen­cia y aplaudió.

El cardenal Amigo dijo de aquel pregón que «supo recoger la actualidad». Y no fue todo: monseñor Asenjo todavía tuvo que sufrir el posterior almuerzo en el Real Alcázar sentado entre la ojana y la inquina de esa Sevilla sobre la que le previno también el pregonero: «Sevilla es difícil... y sus hermandade­s más».

Asenjo no ha ocultado durante años el dolor que le produjo aquella recepción de la muy noble, leal... y muy difícil ciudad de Sevilla. Doce años después, en las postrimerí­as de su pontificad­o, este hombre de Sigüenza, puede presumir de conocer Sevilla en general mucho mejor que aquellos cofrades que quisieron enseñarle la ciudad a su criterio. Tanto y tan bien la conoce que desea quedarse a vivir en Sevilla, verdadera declaració­n sin barroquism­os zalameros de su sevillanía. Por eso, a pesar de que a don Juan José le quedan muchos aplausos por recibir, yo me quedo con éste que era de justicia y redime a la ciudad de aquel pecado de su prejuicio.

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