¿Por qué Estados Unidos es incapaz de acordar una reforma de la inmigración?
del año anterior, según cifras del cuerpo de Policía de Frontera distribuidas por el prestigioso centro de estudios Pew. Con la pandemia, el número cayó dramáticamente, a la vez que quedaban completamente cerrados los cruces por carretera excepto en casos de urgencia. El último viaje de Trump como presidente fue precisamente a la frontera para celebrar la construcción de más de 600 kilómetros de muro bajo su mandato.
Tras asumir el cargo, inmediatamente, Biden firmó una serie de decretos para deshacer algunas de las medidas migratorias más polémicas de su predecesor. Después, el Gobierno de EE.UU. dio indicación a los agentes fronterizos de que a los niños ya no se les devolvería en caliente. Desde entonces, los menores sin acompañar han ido llegando a miles. Las últimas cifras, que han circulado varios diputados que han visitado los centros de detención de menores en Tejas, es que a finales de este mes de marzo habrán llegado a EE.UU. 17.000 menores sin papeles sin la compañía de un adulto, un récord.
El sistema de asilo de EE.UU., que Trump intentó cambiar sin éxito, permite a quienes lo soliciten que esperen una decisión dentro del país, con un permiso temporal. A los seis meses, pueden trabajar. Es habitual que las cortes demoren una decisión no meses, sino años, porque están masificadas. Según argumentaba Trump, este era uno de los motivos de que la población de indocumentados en EE.UU. haya crecido hasta 11 millones desde que se aprobara la última amnistía en 1986. Entonces, Ronald Reagan legalizó a más de tres millones de ilegales.
Para ser un país de inmigrantes, resulta especialmente paradójica toda la ansiedad que siempre genera la inmigración en EE.UU. La última vez en que Washington fue capaz de ponerse de acuerdo en una reforma migratoria fue en tiempos de Ronald Reagan con la Immigration Reform and Control Act de 1986. Un compromiso que combinaba tres elementos: mayor seguridad en la frontera con México; penalización de los abusos laborales cometidos en territorio estadounidense contra los ‘sin papeles’; y una amnistía que permitió regularizar a casi tres millones de personas.
En los últimos 35 años, el gigante americano ha sido incapaz de consensuar algo remotamente parecido a lo firmado por el presidente Reagan. Como conservador compasivo de Texas con cierto atractivo electoral entre los hispanos, George W. Bush lo intentó, pero sin éxito porque su propio partido no quiere ni oír hablar de amnistía. Algo parecido ocurrió con Obama, que se convirtió en ‘deportador-en-jefe’ pero también fracasó en combinar control de la frontera sur y legalización.
Al hilo de este contumaz historial de fracasos, la inmigración se ha convertido en el pozo más envenenado de la política americana. Hasta llegar al delirio nativista de Donald Trump y su muro, una solución medieval para un problema del siglo XXI. Según los más recientes sondeos de Gallup, más del 27% de América Latina y el Caribe quisiera emigrar si pudieran con EE.UU. como principal destino. Ahora, la polarizadora y resbaladiza cuestión migratoria amenaza la luna de miel del presidente Biden. En su primer día en la Casa Blanca ordenó detener la construcción del muro de Trump. Lo cual ha generado que cientos de miles de ‘sin papeles’ vuelvan a intentar cruzar la frontera, multiplicándose el doloroso número de menores no acompañados. Ante lo que se anticipa como el mayor flujo de ‘sin papeles’ en dos décadas y una dramática crisis humanitaria, todas estas personas desesperadas no saben que, aunque haya cambiado el ocupante del despacho oval, el agua de este pozo sigue envenenada en EE.UU.