Las dosis escondidas en Italia evidencian la reventa de la poción mágica
sarse con una australiana, madre de sus dos hijos, chico y chica, que terminó cansándose del forzoso vagabundeo laboral de su esposo.
Forzado por sus obligaciones de gran empresario, con intereses millonarios en los EE.UU., Asia y Europa, Soriot vivió solo y en familia, en Australia, en Suiza, en Japón, en los EE.UU. Hasta que su esposa dijo: «Basta». Y se largó sola a su pueblo australiano. Soriot no se dejó amilanar y volvió a Sídney, donde tiene su residencia oficial: reconquistó a su esposa, adquirió la doble nacionalidad, australiana y francesa, y continuó batallando a mordiscos de cocodrilo en el mercado farmacéutico mundial.
Así estaban las cosas cuando estalló la crisis mundial del coronavirus, la pandemia… La experiencia y el saber hacer de AstraZeneca, el gigante sueco-británico, convirtieron la vacuna concebida en sus laboratorios y producida en las empresas del grupo, desperdigadas por varios países europeos, en una de las primeras esperanzas internacionales, instalando a Soriot en el podio de muñidor de las más altas, delicadas, complejas y dramáticas negociaciones, a muchas bandas, con el Reino Unido, con varios Estados europeos (Alemania, Francia, Italia) y con la Unión Europea (UE). Hasta que un comisario europeo, de nacionalidad francesa, Thierry Breton, comenzó a sospechar que AstraZeneca estaba jugado a varias bandas. Hasta que Italia descubrió millones de vacunas almacenadas en su territorio, con destino al Reino Unido. Soriot había negociado con los empresarios más duros de la industria farmacéutica mundial, sostuvo negociaciones de tú a tú con Vladímir Putin, en el Kremlin. Pudo consumar mucho más oscuras negociaciones con los hombres de mano del Gobierno inglés. Hasta que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lanzase su ultimátum: «Tenemos la opción de bloquear las exportaciones planeadas por el director general de AstraZeneca. Nuestro mensaje es claro: cumpla su contrato con Europa y después comience a servir a otros países».
Desde París, ministros y portavoces de Emmanuel Macron avanzan una amenaza personal: «Podemos arruinar la carrera de Soriot denunciando su comportamiento ante sus accionistas». Veremos.
L Avacuna del Covid es como la poción mágica de Panorámix. Todos quieren robarla porque es la llave del poder. El alijo que los inspectores italianos hallaron ayer en el congelador pantagruélico de Anagni, un pueblo del Lacio italiano, esperando salir hacia el Reino Unido a través de sabe Dios qué redes de distribución es la demostración palmaria del trapicheo que se ha montado con la pócima sanativa. Los chinos, que son los grandes piratas del siglo XXI por mor de su comunismo capitalista, que es algo así como el catolicismo islamista, mueven cargamentos de su hechizo salvador con la misma alegría con la que al comienzo de la pandemia vendían al mejor postor cacharros para hacer PCR que simulaban matasuegras. AstraZeneca ha desatado el contrabando de vacunas sacando a subasta, con garfio y parche al modo Villarejo, su producción, lo que ha generado una tensión en el mercado farmacéutico que resulta casi troglodita. En cualquier rastro del mundo hay mercachifles más fiables que los matuteros de este laboratorio anglo-sueco, maestros del agiotaje que se pasan por el forro lo que han firmado si a la hora de soltar su mercancía aparece un pujador con más guita en el bolsillo. Pero si para algo está sirviendo esta pandemia es para actualizar y modernizar los vicios atávicos de la condición humana. Desde el australopiteco, cada vez que un homínido ha tenido en su poder un objeto deseado por el resto ha especulado con él. Y eso no ha cambiado. Basta con ver a Jorge Javier dando jipíos mientras escucha los lamentos hiperventilados de Rociito y un segundo después sorteando 12.000 euros entre los que llamen al cinco, cinco, cinco, no sé qué.
El descubrimiento de los fardos de vacunas ocultos en Italia es también una depravación ancestral. Dedicarse al mercadeo cuando está en almoneda la vida de la gente es rupestre y al mismo tiempo vanguardista. En términos mafiosos, esta reventa de las ‘narcodosis’ se denomina vuelco. Ahí tiene Scorsese una escena antológica: mientras la gente palma, los traficantes de vacunas juegan al póquer en la lavandería de un decrépito hospital abandonado.