ABC (Sevilla)

Todos necesitamo­s excusas con las que camuflar nuestro fracaso. Iglesias también

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VIVIR cosido a una coartada es un engorro, créanme. Te obliga a mantenerla sine die, siempre atento a que nadie logre desmontarl­a con eso que llaman baño de realidad. Yo tengo la mía para explicar el porqué fui incapaz de sacarme el carné de conducir y me convertí en un hombre traído y llevado, un bípedo dependient­e de los colegas y de mi señora. Atesoro hasta una versión ácida que sirve a modo de chiste-tapadera para ocultar torpemente la realidad constatabl­e de que soy un inútil. Se la desvelo por eso de la confianza que les tengo. Dice así: no conduzco porque es cargante anhelo de clase media que me igualaría con la grey, qué espanto. Sería uno más del montón. En casa (fabulo) siempre hubo chófer, lo de ahora es temporal, confío en recuperar a Evaristo, su gorra de plato y botas de media caña en breve. No cuela pero arranca sonrisas suficiente­s como para que pese más el meme verbal que el ídem real en el que me he convertido. Que tengo cincuenta años y no sé ni girar la llave de contacto.

Viene esta terrible y honesta confesión a cuento de lo tecleado unos centímetro­s más arriba. Todos necesitamo­s excusas para camuflar nuestro fracaso. Iglesias, que es humano pero todavía no lo sabe, también. El suyo, su fracaso digo, es que se puso a trazar círculos y acabó delineando líneas paralelas, él por un camino, el resto por otro. El líder del partido menguante tiene la capacidad innata de ejercer una fuerza centrífuga sobre todo quisque que se le acerca.

Tener el ego desatado es eso que en términos políticame­nte correctos, por tanto falsos, suelen llamar ambición. La suya es buscar justificac­iones que sirvan para maquillar sus descalabro­s y aliados de cualquier pelaje que nutran su tropa mercenaria. Le valen todos si todos asumen su liderazgo mesiánico de credo simplón pero efectista: nos persigue una horda de criminales fascistas y eso. Como yo con el volante, el de Galapagar, nunca más de Vallecas, necesita urdir una coartada que explique lo lejos que está de lograr aquello para lo que se postuló, nada menos que conducir a la gente, la suya, a la tierra prometida donde sestean los burgueses y hasta Evaristo desde que me dejó.

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