Rubén Amón: «Los toros son el antídoto a la hipocresía»
El columnista y escritor madrileño reflexiona en ‘El fin de la Fiesta’ sobre «un acontecimiento incómodo al que aspiran todas las artes»
Tiempos revueltos para la lírica taurina: «Los toros son un escándalo, conviene reconocerlo y hasta celebrarlo». Así lo afirma Rubén Amón en ‘El fin de la Fiesta’ (Debate). Sin el apellido de Nacional. «Se lo quito porque me parece restrictivo, no porque los toros no sean un acontecimiento español, sino porque son mucho más y es muy bueno que nuestra máxima figura sea peruana (Roca Rey)», ahonda.
—¿Por qué considera los toros un escándalo?
—Se han convertido en enormemente incómodos, no porque los toros hayan cambiado, sino porque la sociedad ha cambiado. Primero, porque habla de la muerte con franqueza y la sublima a través de la estética y, además, reivindica al héroe verdadero en tiempos de héroes cotidianos y en una sociedad sin ritos que abjura de la liturgia.
—¿Cómo explicar que es un espectáculo transgresor y vanguardista a quienes lo tachan de facha y rancio?
—Los toros tienen fama de ser anacrónicos y anticuados y yo digo que son, sobre todo, un acontecimiento civilizado y civilizador, porque hacen del sacrificio de un animal un acontecimiento cultural y estético descomunal. Por eso es premeditado que el primer párrafo aluda al discurso de Carmen Calvo en presencia de intelectuales y toreros en una evocación de la figura de Sánchez Mejías. Los toros son un acontecimiento incómodo, el acontecimiento al que aspiran todas las artes, porquerque ninguna plantea con tanta frannqueza la relación entre lo o creativo y lo mortal. Sin emmbargo, se perciben como algo go anticuado: primero, porque su defensa ha sido de los partidos conservadores; segundo, porque hay una obsesión por politizar todo lo que no debería politizarse. Además, en un tiempo en el que el animalismo se ha convertido en una religión ubicua, la idea de ver un toro morir en la plaza no es tolerable, al tiempo que se sacrifican millones de bovinos y cerdos en los mataderos.
—No parece sencillo luchar contra el discurso del animalismo en un mundo cada vez más desnaturalizado.
—La enferma es la sociedad. Lo peor que podría hacer la tauromaquia es suavizarse. Prefiero su desaparición a un espectáculo dulce y edulcorado. Más interesante sería su clandestinidad. En una sociedad que ha convertido el ecologismo en su razón de ser, no hemos sabido explicar que la tauromaquia es un modelo absoluto de conservación del mundo rural y del espacio medioambiental.
—¿Hay esperanza?
—Creo que sí, porque el péndulo de la corrección tiene que cambiar. Siendo un espectáculo de mucha afluencia, con cuatro millones de espectadores, no tiene ni patrocinio ni televisiones, más allá del canal tem temático y algunas autonómicas. ca Tampoco cuenta con el compromiso co de las administraciones. tr Todo lo contrario: la administración socialista se ha convertido en hostil y ha prevaricado, como en el caso de los banderilleros. Los toros son el antídoto a la hipocresía. No importa tanto que el toro muera, sino que la gente lo vea.
Título apocalíptico con subtítulo para la esperanza: ‘Por qué la tauromaquia es un escándalo y hay que salvarla’ —Si España «no es país para héroes», ¿es el torero el último héroe real?
—Es el héroe, rodeado de impostores con proezas insignificantes. Ahora que el heroísmo se ha democratizado, el torero es el último héroe de capa y espada, el héroe genuino por antonomasia, sin que se pueda distinguir dónde empieza su vida y dónde la obra. Se torea como se es, decía Belmonte.
ca gay, ¿sigue siendo la homosexualidad un tabú en el toreo?
—La tauromaquia es vanguardia y el mundillo es arcaico. Es completamente anómalo que un acontecimiento tan subversivo y transgresor conserve zonas oscuras, como el machismo en algunos ámbitos, y permanezca intacto el tabú de la homosexualidad. Me da igual que un torero sea gay o no, pero no por miedo a represalias.
—¿Dónde quedó esa época de la Movida en la que los rockeros se pasaban la vida entre Rockola y Las Ventas?
—De eso me hablaba Jaime Urrutia. Me parece elocuente cómo la progresía encontró en Antoñete y su figura quijotesca la expresión de lo rupturista. Todos los artistas de los 80 veían en los toros su máxima aspiración. Me impresiona su deterioro en poco tiempo y de forma tan radical. Los toros son víctimas de una manipulación política obscena, entre el oportunismo de unos y el énfasis de otros. Creo que la defensa de Santiago Abascal y Vox es una desgracia. Yo no quiero que me defiendan los toros por razones identitarias.
—¿No es peor ponerse de perfil o la propuesta de referéndum de Pablo Iglesias, al que en su ensayo usted recomienda leer la crónica de la corrida que presidió la Pasionaria?
—El referéndum lleva a una trampa enorme y no sería un juicio honesto. Me parece despreciable el trato del Gobierno socialista y de Pablo Iglesias. También me inquieta el silencio de Ciudadanos.
—Y la capital del toro, sin Fiesta.
—Es increíble que el corazón de los toros, que es Madrid, esté parado. Que se pueda ir a una ópera de Wagner de cinco horas con un aforo del 66 por ciento y no a una plaza de toros al aire libre me parece una tragedia.
—Antes España se paralizaba por la cornada mortal de Paquirri y ahora por una ‘herencia envenenada’. ¿Son los tendidos un reflejo de la sociedad? —Su muerte causó conmoción. Antes el torero que moría en la plaza era un héroe, ahora es un canalla. La sociedad canaliza así sus hipocresías, cebándose contra los toreros caídos y sus familias.
—Suenan en el siglo XXI los clarines de quienes quieren prohibir la entrada de los menores a los cosos.
—Hay una tutela que desempeñan los padres donde no se deben meter. El Estado protector que se entromete en la educación termina infantilizando a los niños y a los adultos. Y ese modelo autoritario y paternalista es un peligro.
—El título es una provocación. El fin se entiende como finalidad. Sé que es apocalíptico, por eso va encadenado a un subtítulo que abre una esperanza. La sociedad está llamada a replantearse ciertos dogmatismos e hipocresías. Estamos bajo el momento más agudo del péndulo de la corrección y debe cambiar de dirección. En ese momento creo que tienen que recuperar su prestigio y su razón de ser. Si los toros se aboliesen, se prescindiría de un acontecimiento civilizado y civilizador. Esta sociedad incolora, inodora e insípida terminará regresando a los mitos que la hacen más extraordinaria.