ABC (Sevilla)

El sonido del silencio Raro himno de estos días

- LUIS YBARRA RAMÍREZ

n los silencios hay música. Hay punzadas. Mira si no eso que queda entre una hoja que cae y la siguiente. Cuando el guitarrist­a levanta el dedo y la vibración de la cuerda, poco a poco, casi bostezando, deja de latir sobre el diapasón. El silencio suena a algo a lo que no estamos acostumbra­dos. Es nostalgia e inquietud. Los asiáticos, lo sé por el libro que recienteme­nte ha escrito Murakami con el director de orquesta Seiji Ozawa, lo llaman ‘má’. No es nada, sino pausa. Vacío no, pues conserva la textura. Algo de soledad sonora tiene. Algo de instante y espera. De nexo entre dos notas. De pequeña eternidad donde lo único que yace es el ritmo que nos desvela su existencia. Es horror efímero, agonía contenida, presa de la centella. Y llevamos, ahora lo recuerdo, más de doce meses de un silencio incómodo obligado, don

Ede no cabe ya ni la poesía. Solo el pánico que produce no poder romperlo en mil pedazos con un ruido atronador.

Por estas páginas pasó hace justo un año Jesús Heredia. Ya saben: de los jóvenes, que así se considera él mismo, el más veterano. Después de más de seis décadas entre balcones y adoquines, midiendo siempre su voz por callejuela­s y cristos, lo callaron el pasado mes de abril. La situación echó un nudo no a su garganta, sino a su puerta, y por la calle aún suena ese sonido del silencio sin que llegue la otra nota que ansiamos oír. En ese punto conoceremo­s al fin la estructura del compás en el que estamos. El ritmo que todo lo mueve y lo divide. Mientras tanto, el ‘horror vacui’ sigue extendiénd­ose como un yugo. Las saetas se cantan para dentro, como el rezo más recogido e interior, en nuestros cuerpos de muros románicos. Todo suena de lejos, tras las mascarilla­s, como si fuese el silencio lo que orquesta la canción de nuestras vidas y las palabras que decimos. También las que callamos. Hemos perdido conciertos y dinero. Crujidos en el tímpano. Hemos aprendido a luchar contemplan­do lo que no vemos con este himno de mutismo atronador como telón de fondo.

Las sirenas, de cuando en cuando, quiebran estas noches de sonidos bajo cero. Más ruido hacen las plumas de las almohadas que no vuelan bajo nuestras orejas que la urbe fuera de su contexto, con la lengua arrancada y muerta en los parterres justo en su mejor momento, cuando cumple todos los tópicos de bonita. Entramos ya en la segunda Semana Santa de silencio superlativ­o e insondable. De ecos remotos que debían ser impercepti­bles, pero que, como los animales de noche y a oscuras, nos hemos acostumbra­do a detectar. Con redobles de aire, sin cornetas, días cada vez más anchos y poca luz que disfrutar. Hemos perdido parcelas vitales para recrearnos en esta mueca que ya es costumbre. Aquí solo unos pocos cantan (pienso en la Exaltación de la Saeta del pasado martes en el teatro Lope de Vega) y lo único que de verdad se escucha es el silencio.

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