Juan Espadas y Rafael Carmona han dado ejemplo con un buen acuerdo para revitalizar el muelle
LAS ciudades van generando sus propias trastiendas, sus barrios un tanto destartalados donde «ni lo viejo termina de morir ni lo nuevo acaba de nacer». Las Razas tiene esa atmósfera de naufragio de un tiempo pretérito, con la imagen casi intacta de sus tinglados y naves regionalistas del pasado siglo (en algunas de las cuales aún sigue habiendo carretillas trasegando con el cereal que entra y sale por el río). Y frente a ellas, al otro lado de la avenida, pervive una línea de viejos almacenes y solares de arena que configuran un espacio deslavazado que aísla al puerto del cercano campus universitario.
El planeamiento diseñado hace ya más de quince años —que preveía revitalizar estos suelos con torres de once plantas que acogerían compañías tecnológicas— siempre tuvo un cierto aire de ensoñación quimérica en una ciudad en la que ni escasean los metros cuadrados de oficinas ni abundan empresas con cientos de trabajadores para ocupar todo ese espacio. Así que el cambio de planes para sustituir las torres «tecnológicas» por edificios de viviendas ha respondido a un loable ejercicio de pragmatismo. No van a faltar inversores dispuestos a mover las grúas cuanto antes en una zona que tendrá una altísima demanda.
La primera decisión acertada fue encomendarle a un grupo de auténticos expertos —los arquitectos sevillanos de Eddea y la consultora internacional CBRE— que concibieran cómo debía ser la integración real en la ciudad de las naves del 29. Y su lógica conclusión ha sido que se debe «coser» el muelle de Tablada con el resto de Sevilla a través de edificios en los que haya vida. Pero más allá del mero realismo económico, el presidente del Puerto (designado por el PP) y el alcalde de Sevilla (probable candidato socialista a presidir la Junta de Andalucía) han dado un gran ejemplo de cómo se llega a un acuerdo beneficioso para la ciudad sin alardes de ego ni histrionismos absurdos. En los tiempos que corren se agradece que la política sea así de aburrida.
La idea, por lo tanto, es buena; y la facilidad con la que llegan a acuerdos Juan Espadas y Rafael Carmona, encomiable. Quizá en otra ciudad o en otro país eso sería lo esencial, pero esto es Sevilla y ahora queda por delante lo realmente complejo y lento: la tramitación urbanística y administrativa (empezando por el cambio del PGOU). Si ocurre como en la fábrica de Altadis o en la vieja comisaría de la Gavidia, pasarán años antes de que el proyecto pueda ejecutarse; e incluso habrá tiempo de presentarlo públicamente otras dos o tres veces, a medida que el calendario electoral así lo requiera. Mientras tanto, disfrutemos del indudable encanto de una de esas últimas trastiendas de la ciudad, donde aún vagan en la noche los fantasmas de esos populosos muelles de antaño.
@lmontotor
Con el tiempo, no creo que hayan pasado de tres los años alejado de Sevilla un Domingo de Ramos
AVATARES de la vida me desprendieron de Sevilla a los veinte años. Detrás quedaban recuerdos de diez años entre Villasís y Portaceli (soy del curso del autor de ‘La Semana Santa de Antonio Burgos’, que me sirve de libro de cabecera…) y otros tres en la Facultad de Derecho de la Avenida del Cid. Pero la verdad es que mi más profunda catequesis transcurrió entre pasos, quinarios y septenarios. No en vano mi padre fue hermano mayor de la Amargura y dos de mis hermanos han terminado siéndolo también. No es extraño pues que mis recuerdos continuos de Sevilla comiencen también por la Semana Santa y el Silencio blanco.
De niño hube de contar años, que se hicieron largos, de espera para poder salir de nazareno. Hubo ocasión para aliviarlos, porque el inolvidable Luis Ortiz Muñoz incluyó, detrás del Herodes —como dicen los de abajo— una centuria. Entre los hermanos más talluditos nos organizamos para ocupar el puesto del pequeño armao junto al del cuchillo; a mí me tocó vestirme hasta la catedral y a Ernesto hacerme allí el relevo. De ello deriva el único sueño que no he llegado a ver en mi vida cumplido. Los otros dos acabaron cayendo: ser catedrático y magistrado al alto tribunal. Lo de la política cayó del cielo, sin buscarlo, porque la universidad valoraba mucho la independencia; aunque, como mi casi vecino —en el túnel del tiempo— del palacio de Dueñas, amé «cuanto ella pueda tener de hospitalaria”; que tampoco es tanto…
Lo de salir de armao en la Macarena, desde que soy también hermano y cuya junta encabezó mi abuelo en la postguerra, eran palabras mayores. Me tuve que conformar con salir de penitente tras las Virgen de los Estudiantes en los años de Facultad, e incluso más de una vez con bocina delante de la Canina, porque la afición era insaciable.
Con el tiempo, no creo que hayan pasado de tres los años alejado de Sevilla un Domingo de Ramos. He disfrutado y hecho disfrutar la Semana Santa. Decisiva al respecto la hospitalidad de Pilar Burgos en la Campana, donde descubrimos la importancia de una azotea para contemplar la plaza sembrada de plumas de los armaos de verdad.
Si se me permite el pareado, qué maravilla hacer de cicerone en Sevilla. Lo saben más de un político y no pocos profesores extranjeros. Wolf y Hannchen, alemanes; Boguslaw y Bozena, polacos; el rector Giuseppe y Bianca, italianos; acompañado de su madre, el joven francés Alex, que acabó saliendo de nazareno en la Amargura. Con casi todos ellos pude vivir también en las arenas del Rocío ese lunes por la mañana, antes que el alba rompa los cielos…
Lo supieron también los magistrados constitucionales de Italia, Portugal y Francia, que vivieron su reunión anual en los Reales Alcázares de Sevilla, aunque el bueno del presidente pretendía llevarlos a la Granja de San Ildelfonso; hay gente para todo…
Se agolpan los recuerdos. El Domingo de Ramos, antes de salir de nazareno, comida en el convento del Espíritu Santo, donde reposan los restos de la tía Cari, que fuera Superiora, y en cuya memoria reunía allí a buena parte de sus más de cincuenta sobrinos y no pocos de sus retoños. Aún daba tiempo para ver en la esquina de Gerona con Doña María Coronel la revirá de la Virgen del Subterráneo a los sones de «La Madrugá».
Tampoco es cuestión de contar lo que se va uno encontrando en cada esquina, pero no es fácil olvidar a la Virgen del Valle en las gradas de la catedral, o la salida del Silencio desde un balcón cercano; sobre todo cuando por la mañana he acompañado a los abogados sevillanos a su entrega del bastón de mando del Decano, depositado a los pies de la Virgen de la Concepción para que la acompañe en la estación de penitencia; a los Gitanos por Alcázares; la impresionante entrada de la Esperanza de Triana en la Capilla de los Marineros, con el clarín del maestro Albero evocando su coronación y la «Triana de Esperanza» como salve del lugar. Aún quedaría para la tarde el Cachorro frente al Baratilllo, si toca secano, o la Quinta Angustia por Molviedro.
Lo del Covid ha sido una puñalada. De poco me han servido algún PRC, no pocos pinchazos digitales y esperar pacientemente que me toque la vacuna. La antigüedad es un grado y me hicieron hermano al nacer. He tenido tiempo de salir con cirio, incluso alguna vez descalzo, con vara, con bocina -en el paso de Cristo y luego en el de la Virgen-, de maniguetero en el Cristo y, por fin me tocaba hacerlo el año pasado en el paso de Virgen. Ya van dos semanas santas sin antifaz y, de cara al futuro, tampoco anda la carrocería a estas alturas como para tirar cohetes.
Alguno pensará que voy de capillita capirotero, pero debo reconocer que rara vez rezo más que vestido de nazareno. Siete horas rezando el rosario, ofreciendo cada decena por familiares y amigos, con nombres y apellidos, agotando los actuales veinte misterios en vigor, para dar paso inevitablemente a unos no menos eficaces misterios misteriosos.
Escribo estas líneas horas antes de que los hermanos de San de la Palma residentes en Madrid nos reunamos en la iglesia de San Ginés. Darán de ello fe dos amplios retratos de nuestros sagrados titulares en el prebisterio, mientras el órgano interpreta «Amarguras».