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(1846), sin contar poemarios, obras de teatro y folletos sueltos. No obstante, los textos más bellos y que relacionan a nuestra autora con Sevilla permanecieron inéditos hasta 1907, aunque fueron escritos entre 1839 y 1840, mientras Gertrudis redactaba con apenas 25 años.
Hija de un oficial naval de Constantina, Gertrudis Gómez de Avellaneda perdió a su padre siendo una niña y su madre volvió a casarse con un militar gallego diez meses después de enviudar. Gertrudis jamás tuvo una buena relación con su padrastro, desencuentro que alcanzó una tensión máxima cuando la adolescente rechazó un matrimonio pactado por su familia materna. Aquel episodio prefiguró la tormentosa vida sentimental de «La Peregrina», pues su talento y su cultura amedrentaron a los hombres que amó y atrajeron a aventureros que le infligieron grandes daños. En Cuba se enamoró de Francisco Loynaz y en La Coruña fue la prometida del capitán general Mariano Ricafort, quien rompió su compromiso porque no soportaba que Gertrudis escribiera poesía. En Constantina tuvo un par de romances y en Sevilla fue novieta de Antonio Méndez de Vigo. Ya en Madrid fue seducida por el escritor y político sevillano Gabriel García Tassara, quien no sólo la dejó embarazada, sino que se negó a reconocer a una niña que murió muy poco después. En 1846 contrajo matrimonio con el gobernador civil de Madrid, pero enviudó a los tres meses y mantuvo un affaire con el abogado y periodista Antonio Romero Ortiz, antes de casarse por segunda vez con Domingo Verdugo y Massieu, con quien residió en La Habana hasta que volvió a enviudar en 1863. Gertrudis Gómez de Avellaneda falleció a los 58 años, tras haber sido la mujer más influyente de Madrid, cortejada por celebridades como Nicasio Gallego, Juan Valera y José Zorrilla.
Sin embargo, en 1906 María de Córdoba y Govantes puso en manos del escritor Lorenzo Cruz de Fuentes, un cuadernillo de cartas que Gertrudis Gómez de Avellaneda le había escrito a su difunto marido —Ignacio Cepeda— entre 1839 y 1854, gracias a las cuales sabemos que Gertrudis amó apasionadamente a Cepeda, aunque nunca llegó a ser correspondida como ella deseaba. Así, en La Avellaneda. Autobiografía y cartas de la ilustre poetisa, hasta ahora inéditas (1907), nos encontramos con unas encendidas cartas donde Gertrudis clamaba: «¡Cepeda! ¡Cepeda! Debes gozarte y estar orgulloso, porque este poder absoluto que ejerces en mi voluntad debe envanecerte. ¿Quién eres? ¿Qué poder es ese? ¿Quién te lo ha dado? Tú no eres un hombre, no, a mis ojos: eres el Ángel de mi destino». Aquella idolatría enamorada fue a más, porque en otra carta insistió: «Creo que eres sagrado, que nadie sino yo tiene el derecho de mirarte, de amarte, de decírtelo. Cuando una mujer ama, como yo te amo, no ve un hombre en su amante; ¡no!, es un ángel, es un ser divino». La impetuosa Gertrudis no se limitó a embadurnar de amor a Cepeda, sino que le impuso un programa de lecturas con autores como Walter Scott, Madame de Stäel, Chateaubriand, Heredia, Lista y Quintana, retos intelectuales que fueron acoquinando a Cepeda, sobre todo porque las cartas de Gertrudis se volvieron más apremiantes: «Me temes, Cepeda, no lo niegues. Temes que me posesione yo de tu corazón. Temes los lazos de hierro que pudieran ser consecuencia de tu amor por mí, y crees evitar algo acogiéndote a la sagrada sombra de la amistad». Acostumbrado a la sombra de los olivares de Osuna, Cepeda huyó del acoso textual de aquel huracán tropical: «Yo no soy ni monja ni casada, tú no eres tampoco esclavo de ningún juramento que haga un crimen del amor; por consiguiente, amando y siendo amado, yo no concibo que nadie pueda huir». En
(1882), José Zorrilla evocó así a Gertrudis: «la mujer era hermosa, de grande estatura, de esculturales contornos, de bien moldeados brazos, de cabeza coronada de abundantes rizos y gallardamente colocada sobre los hombros». Pero Ignacio Cepeda no lo vio claro y salió escopeteado hacia París. Menos mal que doña María de Córdoba rebuscó los cajones de Cepeda y descubrió la coruscante correspondencia que su finado marido había escondido durante décadas, a pesar de las exigencias de Gertrudis: «exijo dos cosas. Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segundo: que nadie más que usted tenga noticia de que ha existido». Por fortuna, el cuadernillo se puede consultar en la Biblioteca de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y doña Gertrudis reposa todavía en el cementerio sevillano de San Fernando, ante cuya tumba me imagino a Cepeda releyendo sus cartas y soñando con los huracanes.
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¿Qué es Classic Manager? Muy sencillo: es el Spotify de la música clásica, construido sobre un universo de composiciones libres de derechos. Es una aplicación gratuita, ofrece partituras descargables y además es compatible con Chromecast. Una maravilla.