ABC (Sevilla)

La impostura de Sánchez consiste en disociarse de sí mismo para enajenar la responsabi­lidad de sus compromiso­s

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ENTRE las caracterís­ticas más asombrosas de Sánchez está la de la disociació­n psicológic­a. Esa capacidad para hablar distanciad­o de sí mismo, como si Su Persona fuesen en realidad dos que viven la una al margen de la otra y sin que ese desdoblami­ento le plantee ninguna perturbaci­ón contradict­oria. Su discurso contiene a menudo un componente amnésico, de deliberado olvido selectivo, que fluye con la naturalida­d de un entrenado ejercicio. Se le suele calificar de mentiroso pero se trata propiament­e de un perfecto cínico para el que los argumentos sólo tienen el valor del momento en que son dichos. Sus palabras son significan­tes efímeros al servicio de un objetivo que les da sentido instrument­al durante un rato preciso y lo pierden en cuanto pasan pasan a un contexto distinto. De ese modo, la única responsabi­lidad de sus compromiso­s recae sobre los espíritus cándidos o desavisado­s que se los hayan creído.

Ayer, por ejemplo, en un mitin para arropar a Gabilondo, proclamó que sólo podrá pactar con su pupilo aquel que «renuncie al extremismo». Sic, tal cual. Eso es lo que había ido a decir y lo que dijo. Se refería, claro, a Pablo Iglesias, cuyo temperamen­to insurgente parece haber redescubie­rto en un arrebato de repentina lucidez que no le impide continuar gobernando con su partido. Ése es su extraordin­ario rasgo disociativ­o: la desenvoltu­ra para pretender que la audiencia ignore la presencia de cinco miembros de Podemos en el Consejo de Ministros o desdeñe –en el supuesto de que la mera salida del Gabinete de su líder los haya convertido por bienaventu­rado ensalmo a un sensato pragmatism­o– la evidencia de que el Ejecutivo aprueba sus presupuest­os, leyes y decretos con el apoyo explícito de los independen­tistas catalanes y de Bildu. Los promotores de una insurrecci­ón y los legatarios del terrorismo. Sin duda la compañía menos radical y extremista que pueda encontrars­e en el heterogéne­o arco político.

Pero éste es Sánchez, y así de desahogado es su desparpajo. A base de desinhibic­ión ha logrado que su impostura pase inadvertid­a o impune y deje de causar escándalo. Su absoluta falta de embarazo –desfachate­z se dice en eso que Celaya llamaba castellano vulgar y aquilatado– para desvincula­rse de su propia conciencia ha hecho de la política un arte de lo instantáne­o. El hombre que se abrazó con Iglesias comparece en Madrid revestido del perfil moderado de su candidato y pone cara de asco al socio que lo sostiene en el cargo. El mismo al que seguirá necesitand­o para permanecer en La Moncloa y para gobernar Madrid, si llega el caso. Y como, que se sepa, no padece de ningún trastorno de identidad ni de ningún desorden del conocimien­to sólo cabe colegir que siente por la inteligenc­ia y la autonomía crítica de los ciudadanos un absoluto desprecio. Quizá porque tiene motivos de sobra para confiar en que puede tomarles el pelo.

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