Domingo de
E Lazahar ha venido tejiendo una alfombra desde hace un par de semanas para que, por donde pises, tu huella exhale un fragante aroma a frescor, a inmaculado albor, a claridad infinita cosida en las alas de la flor del naranjo. Lo ha hecho humildemente, despojándose de sus pétalos temblorosos lo mismo que una novia se desprendería del velo en la noche de bodas para la consumación de las renovadas nupcias de la ciudad con su Semana Santa. Es una moqueta hecha de tiempo: uniendo en la urdimbre las flores secas que cayeron primero con las últimas que van llegando, un tapete que la Cuaresma ha ido confeccionando sin estridencias, como aquí se saben hacer las cosas.
El cielo te ha puesto un dosel azul purísima, restallando laa luz hasta sa-sacarle esquirlas de plataa al revoco de las fachadas.. Un palio bordado conn hilo de oro al que ayer lee cosieron unas nubes al-tas como una cresteríaa imposible para que todoo cuanto hay sobre la faz de la tierra reverbere con este sol alto que desparrama sus rayos para que brillen las copas de los árboles. Las glicinias se han vestido con las mejores galas y el árbol del amor, ay del amor, se ha fabricado una cota de malla rosa para que las flechas del caprichoso destino reservado a los enamorados no lo traspasen.
Y si el azahar, el cielo, la luz y los árboles han decidido que hoy sea Domingo de Ramos para ti, a qué llevarles la contraria. A qué avinagrarse con lo que no puede ser, con todo lo que nos está vedado este año, segundo de la pandemia. A qué venir ahora a lamentarnos de que los pasos no saldrán a la calle y no habrá música que los acompañe, ni globos tras el tío de la escalera para enrabietar a los niños, ni palcos en la Plaza bajo las colgaduras del No8Do, ni incienso pugnando con la fritanga de adobo por ver quién vuela más alto, ni costales sudorosos pidiendo un trago, ni voces como puñales desde los balcones a oscuras cuando la Virgen va de regreso, ni cera que chorrea para confeccionar un traje de colorines bordado sobre el asfalto. Ni un amor al que darle la mano en la bulla, cuando el capataz manda poderoso que avance el barco imponente. Ni un beso que robar ni una palabra que callar.
A qué dolerse de esta Semana Santa que ahora empieza sin procesiones pero con las calles planchadas para que todos las pisen, con iglesias almidonadas para que vuelen las capas hechas de rezos bisbiseados a los pies de las imágenes, con la ciudad por estrenar como quien sale de un túnel: un túnel de pena negra por los 1.832 sevillanos que ya no están entre nosotros. A qué llorar por lo que pudo haber sido y no es, por lo que hubiera sido y ya no será.
Estamos tan hechos a que todo suceda como lo tenemos previsto que los planes descarrilados nos hieren con impaciencia de críos consentidos. Y no, la vida es esto también, lo mismo que la Semana Santa es esto que se nos viene encima con toda la lujuriosa belleza de una amante furtiva que se cuela en la alcoba sin advertirlo. Una semana en la que todo está dispuesto: el azahar, los cielos, la luz, las flores, la brisa que acariciaacaric y hasta las horas del reloj que se estiestiran de un día para otro.
Todo lo que tenía que acacompañar a la Borriquitata por la rampa del Salvavador está en su sitio. ToTodo lo que no depende dde la mano del hombre hha llegado puntual a la cita, en orden de batalla como un ejército de caballería para galopar desbocado por las arterias de la emoción y las venas del sentimiento. Todo lo que escapa de nuestro control está esperando que termine de pasar nuestra impotencia y esta frustración que sabe a derrota y a hiel.
Se han programado exposiciones, que ya han cubierto el aforo completo para todos estos días o casi; se han organizado conciertos, se oirá la música, sonarán las cornetas y el orgullo, la dignidad y el empaque de tanta historia encartada se atresillará con corcheas; se han colocado altares, se han vestido imágenes, se ha fundido cera y se han estrenado piezas, todo está listo como si de un momento a otro el diputado mayor de gobierno ordenara abrir las compuertas que aliviaran tanta emoción suspendida, embalsada por segundo año en este pantano en el que nos movemos (si es que nos dejan).
Podemos preguntarnos como Chaves Nogales lo hizo aquellos terribles años de Semana Santa sin cofradías: «Después de este diluvio, en el que han naufragado muchas cosas, cuya desaparición todavía no hemos advertido bien, la Semana Santa sevillana sale nuevamente a flote. ¿Por qué?». Y en ese porqué queda suspendida nuestra ignorancia, la incapacidad para entender de qué manera nos gana esta fiesta entrañada, nacida de las propias vísceras de la ciudad: de su corazón enamorado, por supuesto; pero también
Y si el azahar, el cielo y la luz han decidido que hoy sea Domingo de Ramos, a qué llevarles la contra
Todo lo que no depende de la mano del hombre ha llegado puntual a la cita de esta semana