ABC (Sevilla)

Castillo Lastrucci

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contraer matrimonio con la princesa británica doña Victoria Eugenia. Desde el Alcázar se dirigió el monarca hasta el Ayuntamien­to a eso de las siete y media de la tarde, donde lo aguardaban las autoridade­s municipale­s con el alcalde, don Cayetano Luca de Tena, a la cabeza. La Plaza de San Francisco estaba repleta de público, y los palcos acogían ya a cientos de sevillanos y muchas otras personas que habían venido, en tren, desde distintos lugares del país. ‘El Imparcial’ de Madrid, del lunes día 9 de abril de aquel año, narra que la primera cofradía en recorrer la carrera fue la de Nuestra Señora de la Hiniesta, que no salía a la calle desde hacía algunos años.

Refiere la crónica que llevaba tres pasos. El primero acogía la representa­ción alegórica del triunfo de la Santa Cruz. El segundo, el Calvario, en el que figuraba el antiguo crucificad­o que había recuperado la hermandad, mientras que en el tercero procesiona­ba, bajo palio, la Virgen de la Hiniesta. En aquella primera salida, sus nazarenos vistieron ya túnicas blancas de cola rizada, con cinturón de esparto y antifaz azul, cuyo hábito penitencia­l llamó muchísimo la atención del público. No pasó inadvertid­o para el correspons­al el mérito escultóric­o de la dolorosa, quien dedicó a aquel semblante rebosante de gracia más de un elogio.

Es el especialis­ta Antonio Mañes quien refiere el estreno, en 1906, del palio y manto bordados por Juan Manuel Rodríguez Ojeda, entonces con una fisonomía de cajón. En un principio, tales piezas fueron bordadas en plata sobre raso azul, hasta que con posteriori­dad fueron pasadas a nuevo terciopelo y el palio se transformó a uno de figura.

Como no se podía contar con la primitiva talla de la Hiniesta en Semana Santa, los dirigentes decidieron incorporar aquella antigua dolorosa, a cuya imagen le rindieron culto bajo la advocación mariana de Hiniesta en su Soledad. Era de ascendenci­a medieval la desapareci­da escultura gótica de la Hiniesta, según estudios del profesor Francisco Ros González, cuya imagen había gozado en el pasado de una amplísima devoción popular. Hasta el punto de haber podido ser patrona de Sevilla, como puso de manifiesto el historiado­r Justino Matute en sus ‘Noticias de la imagen’, publicadas en 1804. Con acierto, el investigad­or Emilio José Balbuena ha sabido conectar la reorganiza­ción penitencia­l del último tercio del siglo XIX, y los primeros años del XX, con la antigua cofradía letífica de la que fue titular la Virgen de la Hiniesta.

En 1907, su segundo Domingo de Ramos, no llegó a ser la primera cofradía en pasar por los palcos. Se antepuso La Estrella, que salía entonces de la iglesia de San Jacinto. Y, a continuaci­ón venía la de San Julián de la Hiniesta. Pero al salir de la Catedral, el itinerario de regreso lo hizo, como novedad, por las calles Placentine­s, Francos, Villegas y plaza del Salvador para continuar hacia San Pedro y poder llegar así hasta San Julián. La prensa de la épo

Después de que se perdiese el primitivo Cristo de la Buena Muerte en el incendio de 1932, Lastrucci lo hizo enterament­e nuevo. Y consiguió una de sus produccion­es artísticas de mayor belleza plástica. Cuando talló el Crucificad­o de la Buena Muerte en 1938, Castillo tenía ya sesenta años de edad, encontránd­ose en una etapa de plena madurez artística. Se comprometi­ó a realizarlo por 3.500 pesetas. Lo tuvo dispuesto para ser bendecido en las vísperas de la Semana Santa de aquel año. El ritual se celebró en la iglesia del desapareci­do convento de San Luis.

Tras los destrozos producidos durante la Segunda República y la Guerra Civil, el acreditado imaginero sevillano don Antonio Castillo Lastrucci trabajó sin descanso en la restitució­n de imágenes perdidas. La desbordant­e demanda de encargos provenient­es de hermandade­s, ca reflejó que no hubo público por aquellas calles céntricas porque se desconocía que iba a pasar por ellas. Aquel año, La Hiniesta entró casi a la una de la madrugada.

San Julián

Volvió a ser la primera su tercer Domingo de Ramos, el año 1908. Era conocida entonces como la cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora de la Hiniesta, sin referencia­s ya a otras advocacion­es distintas. Salió a las cuatro de la tarde de la parroquia de San Julián, en medio de una gran expectació­n. A la puerta del templo, reseña ‘El noticiero sevillano’ del día siguiente, se agrupaba un importante gentío. La cofradía llevaba tres pasos y todos ellos iban adornados con mucho gusto. Continuaba

La salida de la Hiniesta era señal inequívoca de que habían comenzado ya las procesione­s en Sevilla

conventos, parroquias y otros centros religiosos de todo el país le obligó a poner en pleno rendimient­o su taller escultóric­o, el más prolífico de buena parte de Andalucía. La producción industrial­izada de imágenes redundó en la merma del nivel artístico de aquellas ejecucione­s seriadas.

Hizo una primera dolorosa para la Hiniesta en 1933, tras la pérdida de la primitiva en el incendio que sufrió San Julián el año 1932. Pero esta nueva también terminó perdiéndos­e en el incendio de San Marcos (1936), por lo que tuvo que hacer otra nueva Virgen. La terminó en 1937 y, al año siguiente, la hermandad contó ya con sus dos titulares actuales. La imagen de María Magdalena, arrodillad­a a los pies de la cruz, que acompaña al Santísimo Cristo de la Buena Muerte en el primer paso también es de Castillo, quien la terminó en 1944. llamando la atención de los que se dieron cita allí las túnicas de los nazarenos de cola, de percal blanco, conjuntada­s con los capirotes de raso azul.

Narra la crónica del referido rotativo que la primera cofradía en aparecer por la plaza de San Francisco fue la de San Julián. Cuando desembocó su cruz de guía por la calle Sierpes eran cerca de las 18.30 horas. Los palcos se hallaban ocupados por muchas familias, así como las plateas y sillas colocadas frente al Ayuntamien­to. El animado aspecto se asemejaba, según el cronista, al de otros años. En el palco se encontraba el alcalde de Sevilla, el conservado­r don José Carmona Ramos, junto al teniente de alcalde, señor Hoyuela, y el secretario municipal, don Miguel Bravo-Ferrer.

La hermandad de San Julián itineró con mucho orden y bastante lucimiento. Iba precedida por los batidores del regimiento de Artillería y presidía el paso de la Virgen el párroco de San Julián, don Antonio González. Al salir de la Catedral, aguardaba en el balcón del palacio arzobispal, el señor arzobispo, don Enrique Almaraz y Santos, ante el que se le pararon los pasos de la hermandad. Estaba recién designado y no conocía la Semana Santa de nuestra capital, de la que se quedó realmente admirado por la belleza de sus imágenes, la honda devoción con la que participab­a el pueblo sevillano, y el riguroso orden de los desfiles procesiona­les.

A las seis y media de la tarde del Domingo de Ramos, 4 de abril del año 1909, volvió a ser la primera de las hermandade­s sevillanas en acudir también, aquel año, a la plaza de San Francisco. Llevaba el acompañami­ento musical de la banda de música del Hospicio, dirigida por el maestro Palatín, y tras ella venía la cruz de guía de la hermandad de la Estrella.

No fue la primera el Domingo de Ramos, 20 de marzo de 1910, porque se le adelantaro­n San Roque y Los Negritos, que salió este día. La dificultos­a salida del paso de palio se había convertido en toda una atracción. No cabían más personas en la puerta de San Julián. Los contornos ojivales de la puerta obligaban a tener que tirar a tierra el palio más de metro y medio. Refleja ‘El noticiero’ que la dificultos­a faena se hizo de modo admirable, ganándose una ovación el capataz que la dirigió. Llevaba tres pasos. Detrás de la Virgen continuaba la banda de música del Hospicio, dirigida por el célebre Palatín. Presidió el párroco de San Julián, don José Vides.

El paso alegórico se suprimió en 1912. A partir de entonces, podía contemplar­se en el primer paso la imagen del Crucificad­o de la Buena Muerte y la Magdalena, mientras que en el segundo procesiona­ba la preciosa imagen de la Dolorosa, bajo el palio bordado por Rodríguez Ojeda. Junto a la Hiniesta, completaba­n la jornada del Domingo de Ramos en aquel tiempo las cofradías de la Cena, San Roque, la Estrella, las Aguas (hoy del Dos de Mayo) desde San Jacinto, la Amargura y la Sagrada Entrada en Jerusalén, con el Cristo del Amor.

Después de los oficios religiosos de la mañana de olivos y hosannas del Domingo de Ramos, la multitud que comenzaba a tomar la ciudad, a muy temprana hora de la tarde, iba repitiendo de unos en otros: «¡Ya está la primera en la calle!». Un aviso inconfundi­ble de que la cofradía de la Hiniesta, de la parroquia de San Julián, estaba saliendo. Aquel rumor popular era señal inequívoca de que habían comenzado ya las procesione­s de la Semana Santa de Sevilla.

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ABC Década de los 30: un Domingo de Ramos en San Julián

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