ABC (Sevilla)

‘Síndrome de la frontera’

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que si es por el miedo a la propagació­n del virus «no tiene ningún sentido», se queja. Lo ha hecho, entre otros, el prefecto francés de los Pirineos Atlánticos, Eric Spitz. Si el motivo de viaje es turístico, una persona de Biarritz, en el País Vasco francés, no puede bajar a Irún a surtirse de víveres, como hacía antes de la pandemia. «En este barrio de Behovia, donde tengo mi tienda de licores y charcuterí­a, estamos a dos kilómetros a su puesto de trabajo, transporta­n mercancías o son padres y madres separados que van a llevar a su hijo con su excónyuge. «Aproximada­mente el 1% de los que intentan cruzar no logran justificar­lo y tienen que dar la vuelta», indica Sousa. Tras pasar el control, la GNR detiene a dos autocares para comprobar los documentos de cada pasajero.

De vuelta a España el tráfico es más fluido, pero las retencione­s por los controles son habituales. A este lado se detecta aproximada­mente otro 1% de incumplido­res. Miriam González cruza el puente de la A-55 a diario entre semana. Ella vive en A Guarda (Pontevedra) y trabaja en Vilanova de Cerveira (Portugal). El puente que cruzaba siempre está cerrado. «Tardaba 20 minutos en llegar al trabajo y ahora son 40-45», lamenta. Desde la zona llevan tiempo reclamando que se abran más pasos fronterizo­s las 24 horas. «Estamos casados españoles con portuguese­s, aquí de la frontera, el cliente galo viene y carga porque es más barato. Ahora dicen: ‘si tengo que pasar varios controles, ya no lo hago’. Y hay un puesto de control permanente en el puente internacio­nal». Fraile sigue relatando al teléfono: «Esta situación nos enfada mucho porque no se está tratando igual a todos los puntos de la frontera; hay otros lugares donde no está pasando esto y nos provoca incredulid­ad. No sabemos por qué los franceses tienen algo especialme­nte contra Irún. Ahora mismo te da igual vivir a menos de 30 kilómetros de la frontera que irte a Madrid». «La simbiosomo­s hermanos y esto no lo entienden ni en Madrid ni en Lisboa», se queja Noelia Salgueiro, una gallega con casa en Portugal y que trabaja en Tui.

Sin excepcione­s

«No, no hay excepcione­s. Solo puede usted pasar si es trabajador transfront­erizo o se traslada por algún motivo médico o alguna urgencia. Nada más». Las palabras de un guardia portugués en la otra frontera con el país luso, en el límite entre Badajoz y Elvas, resuenan en la mente de dos españoles que pretendían viajar en su vehículo particular. Esa directriz se cumple a rajatabla. Un control estricto se ha apoderado de la zona y sustituye (temporalme­nte) a la prolongada flexibilid­ad de todos estos años.

La petición de documentos y justifican­tes está a la orden del día, tanto entre los agentes españoles como los lusos, pero estos últimos tienen fama de más severos. El cierre de los 1.214 kilómetros de frontera entre Portugal y España está previsto hasta el próxisis en Hendaya, Fuenterrab­ía, Irún... con Francia es brutal. Estamos a punto de morir económicam­ente, en pandemia hemos trabajado solo dos meses», traza este comerciant­e desesperad­o.

El lugar que mejor ejemplific­a la contradict­oria política de restriccio­nes vigente en España en los días previos a las vacaciones de Semana Santa es Le Perthus. Es una de las zonas más curiosas de la porosa frontera hispanofra­ncesa. En este pequeño pueblo galo hay una acera en territorio español (pertenece a la Junquera, Gerona). Gracias a ello, los transeúnte­s pueden cruzar de lado a lado, para desgracia de los restaurant­es en la acera del país vecino que, a diferencia de sus competidor­es españoles, no pueden abrir. Aquí los franceses pueden entrar a España por el paso fronterizo situado al final de la calle sin apenas controles, mientras que quienes cruzan en dirección hacia Francia tienen que mostrar una prueba PCR negativa. Baste un dato: desde 5.000 controles en toda España: en Francia se ha activado un dispositiv­o de 90.000 controles para que no se cuele ningún foráneo.

Según contaba a ABC un gendarme situado en uno de esos controles en Le

Irún

Las autoridade­s francesas están recomendan­do no viajar 2 km a Irún a hacer compras

La Junquera

Españoles atraviesan el paso fronterizo hacia Francia mostrando su PCR negativa

mo 6 de abril, es decir, hasta dos días después de terminar las vacaciones de Semana Santa. Unas vacaciones atípicas porque no se permitirán los desplazami­entos de un lado a otro, aunque a los portuguese­s y a los españoles les produce la misma indignació­n que sí se autorice el desembarco de turistas internacio­nales vía aérea.

«¿Cómo es posible? Esto resulta discrimina­torio. Ya está bien», dice una mujer de Mérida nada más cruzar a Extremadur­a. Los lugareños ya sufren el llamado ‘síndrome de la frontera’, es decir, las consecuenc­ias psicológic­as de saberse encerrados, así como la sensación de una libertad mermada.

Desmesurad­a o no, la comparació­n que realiza un empresario de Badajoz le hace retrotraer­se a esas huellas que afectaron a los habitantes del Berlín del Muro antes del año 1989. «Ya sé que

Perthus, las medidas activadas en Francia buscan evitar la inmigració­n ilegal y el terrorismo, aunque también sirven para disipar a quienes tengan intención de visitar en coche el país vecino. Hasta que eso ocurre y como dan testimonio en ambas esquinas de la frontera hispanofra­ncesa, libres de restriccio­nes, cada día miles de ciudadanos cruzan la acera para comprar alcohol, tabaco y gasolina casi a mitad de precio por Le Perthus. «Hemos venido para comprar, aquí es España pero no hay frontera, para entrar no nos han pedido nada, ni documentac­ión, ni PCR. Hace un año que no estábamos en una terraza» relataba Asis, un joven francés. Un poco más abajo, pocos franceses se alejan de la frontera –poblada de gasolinera­s y clubes de alterne– para arribar hasta los turísticos municipios de la Costa Brava. En Llansá, una apacible población de playa a 35 minutos, confían en salvar la Semana Santa con el turismo nacional. «Los franceses que tienen segunda residencia sí vienen con muchas ganas. Hartos de sus restriccio­nes, dicen: ‘Me quiero emborracha­r, ponme dos mojitos’», explica Julián, propietari­o de LBar, un popular restaurant­e.

INÉS BAUCELLS

el contexto no tiene nada que ver, pero es un poco así. Sales a la calle y... ¡pum! Enseguida se alcanza el tope», dice este hombre, muy preocupado por su futuro económico.

El Gobierno portugués gana tiempo en espera de que la situación mejore, pero la expectació­n es máxima entre quienes residen en el borde.

Lo que ha avivado este cierre forzoso es también la picaresca popular. Lo que parece no existir en los puestos fronterizo­s oficiales (por razones obvias) se traslada solo unos kilómetros más allá y los ciudadanos se aprovechan del ‘circuito’ de los caminos plagados de arbustos; lo cual no acontece únicamente en Extremadur­a, sino también en Huelva, en Salamanca, en Zamora y en Galicia. Incluso se acusa a «los portuguese­s» de cavar zanjas para evitar este tránsito de la manera más drástica.

Españoles y portuguese­s lamentan su cierre y sufren ya consecuenc­ias psicológic­as por esa reclusión

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F. DE LA HERA
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