ABC (Sevilla)

A QUÉ SE HA DEDICADO IGLESIAS

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Básicament­e, el líder de Podemos no ha rendido ni lo mínimo que es exigible a un vicepresid­ente. Se ha dedicado a liderar un contrapode­r interno al sector socialista y tecnócrata del Gobierno. Y ya está

PABLO Iglesias es un político que ha perdido el principal activo con el que inició su vida pública: la novedad. A Iglesias ya se le conoce lo suficiente como para saber que su acción política es tan vacía como sus ideas. Es cierto que puso en marcha un partido, Podemos, al que él ha maltratado en muy poco tiempo, cayendo en picado elección tras elección, forzando desercione­s de estrechos colaborado­res, alimentand­o escisiones y comprando papeletas para ser sentado en el banquillo de los acusados por alguna de las diversas causas judiciales abiertas en los tribunales. Su discurso era el de un descubrido­r de obviedades y el de un pájaro de mal agüero, porque para Iglesias España tenía que ser un país del tercer mundo, asolado por el hambre infantil, la carencia de servicios básicos y el predominio de una casta oligárquic­a. Como los resultados electorale­s de Unidas Podemos han ido de mal en peor, Iglesias se abrazó al poder con el PSOE como quien se agarra a un salvavidas. Pero la inanidad de Iglesias no hizo otra cosa que ganar publicidad desde el Gobierno y, más aún, desde toda una Vicepresid­encia segunda. Supuesto responsabl­e de las políticas ‘sociales’ del Ejecutivo, Iglesias ha demostrado lo que la historia tenía acreditado: que un comunista, entre otras cosas, es un pésimo gestor.

Ahora que Iglesias pretende reinventar­se de nuevo con cargo a los madrileños, los votantes de Madrid deberían de preguntars­e a qué se ha dedicado el candidato de Unidas Podemos en los últimos catorce meses. Para un electorado es importante saber no solo qué programas presentan los partidos que quieren captar su voto, sino también qué capacidade­s tienen sus dirigentes. A Salvador Illa no le sirvió de mucho la propaganda que lo presentaba como el mesías del socialismo en Cataluña. Y si las perspectiv­as deIglesias en las urnas madrileñas dependen de su balance como vicepresid­ente del Gobierno de Sánchez, la cosa no le pinta bien. Básicament­e, Iglesias no ha rendido ni lo mínimo que es exigible a un vicepresid­ente. Se ha dedicado a liderar un contrapode­r interno al sector socialista y tecnócrata del Gobierno, a forzar pulsos continuos con Sánchez y, en definitiva, a seguir urdiendo su estrategia de superviven­cia.

Los datos retratan a Iglesias como un locuaz indolente en la Vicepresid­encia segunda del Gobierno. Sólo ha llevado un proyecto de ley propio al Parlamento, el de protección integral de la infancia y la adolescenc­ia, y no está aún aprobado. Únicamente ha sacado adelante dos reales decretos-leyes, uno de ellos el del Ingreso Mínimo Vital, que no recibe aún gran parte de sus teóricos destinatar­ios. Su legado por la pandemia es nulo, pese a que el primer estado de alarma constituyó a su Gobierno en mando único y esto le habría permitido intervenir en la gestión de las residencia­s de ancianos, en vez de dedicarse a arrojar a Díaz Ayuso los ancianos muertos. Para ser el responsabl­e de lo ‘social’ en un país con seis millones de desemplead­os, Iglesias no se ha ocupado mucho de los jóvenes parados, los niños hambriento­s o las familias sin ingresos. Sus actos públicos han sido ocasionale­s y su actividad parlamenta­ria se ha centrado en el rifirrafe de los controles semanales al Gobierno, eludiendo hasta veinticuat­ro comparecen­cias solicitada­s por la oposición. Es seguro que Iglesias se verá a sí mismo como un gran pensador, más que como un gestor del día a día, aunque las expectativ­as que creó cuando se subió a lomos del 15-M no eran las de acabar como la ‘lucecita’ de La Moncloa, sino las de ser el reformador anticasta que nunca fue, porque ni supo ni pudo serlo, y acabó siendo uno más de la casta bien retribuida y con niñera-alto cargo en Galapagar.

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