Ni siquiera nos queda el recurso tramposo de quejarnos diciendo que esto antes no pasaba. Anda que no
COMO nada nuevo hay bajo el sol, según observa atinadamente Qohélet, aquí tenemos la Semana Santa, la Feria, el fútbol y los toros todo a una. No es que me queje, pero tengo que defender el orden y el concierto, que para eso me gano la vida dando forma al caos, que no otra cosa es un periódico: una jerarquía con la que dirigir la mirada hacia el magma informativo que llamamos actualidad. Pero ya se ve que vamos de retirada. Ahora lo que se lleva es la amalgama, la ensalada bien revuelta de cosas como esos platos de ‘brunch’ en los que uno termina por no saber qué está comiendo ni a qué hora, porque lo mismo se sirven de desayuno bien temprano que de almuerzo temprano. El caso es que el revoltillo está a la moda, tanto en la mesa como en el calendario. Y con pandemia, que es el condimento obligado en este batiburrillo de actividades, todas juntas y a la vez.
Y esta novelera Sevilla que tanto gusta de estrenar en Domingo de Ramos, ha estrenado la Calle del Infierno un Viernes de Dolores. Quizá para recordarnos que este año tampoco pisamos la gloria que es contemplar un palio alejándose mientras la música se va con él, despacito, sobre los pies, casi imperceptiblemente. Qué hermosa metáfora de la vida. El caso es que tenemos cacharritos dando vueltas en el campo de la Feria con sus neones y sus gritones y así van a estar al menos un mes. ¡Menuda tortura infligida a los vecinos de Los Remedios que los tienen que sufrir!
Ni siquiera nos queda el recurso tramposo de quejarnos diciendo que esto antes no pasaba. Anda que no. Puede que no pasara en 1992, cuando la fecha elegida para inaugurar la Exposición Universal era el 17 de abril, conmemorando el día en que se firmaron las capitulaciones de Santa Fe entre los Reyes Católicos y Cristóbal Colón, hasta que alguien cayó en la cuenta de que era Viernes Santo y que no era plan de empezar aquel magno certamen con fuegos artificiales y discursos floreados mientras el Cachorro estaba saliendo a quinientos metros en línea recta. Solución: se aplazó al Lunes de Pascua y santas ídem.
Así que esta confusión de los tiempos tampoco es nueva, por mucho que nos lo parezca. En el siglo XIX, la Feria de Abril recién inventada se celebró un año entre Lunes y Miércoles Santo, como quien no quiere la cosa. Claro que entonces la Semana Santa duraba una semana y no diez días como ahora. Y no se corrían toros por la piel de ídem hasta el Domingo de Resurrección.
El día culminante será este sábado: los cacharritos en la Feria, la final vasca de la Copa del Rey en el estadio de la Cartuja y los toros –esperemos– enchiquerados en la Venta de Antequera. Lo único que va a faltar ese día es el cerrojazo de medianoche en la parroquia de San Lorenzo. ¡No se puede tener todo!
Sánchez y su ‘gurú’ pensaron que el centro es una mercadería que se compra con ambiciones personales y entre bastidores, como si ese espacio fuera propiedad de alguien
SIN aparentar preocupación por el goteo incesante de cierre de empresas, impasible ante las interminables colas en los bancos de alimentos ni ante el negro futuro de los jóvenes, sin pisar la calle ni compartir la desazón con tantos mayores de 50 años que no volverán a trabajar, despreocupado por los cuatro millones de parados y del millón acogido a un ‘erte’, insensible ante una deuda del 120 % del PIB y despreocupado por una pandemia que solo le ha interesado para asumir poderes excepcionales sin control parlamentario, Pedro Sánchez y su gabinete de maniobreros se embarcó en una operación de mociones de censura para expulsar al centro derecha de sus círculos de poder autonómico.
Seguramente advertido de que a nuestros socios europeos no les gusta ese gobierno que se montó con quienes odian a los empresarios, a las fuerzas de seguridad, a los jueces y a todo lo que suponga respeto a la legalidad y al orden constitucional, pensó el usufructuario de la Moncloa que había llegado el momento de echar a la derecha moderada del centro político y adueñarse él, por su cara bonita, de un espacio de moderación que está en las antípodas de la política sectariamente ideologizada que hasta ahora ha ejecutado. Para ello pensó engatusar a una inexperta Inés Arrimadas, comprándole ‘el centro’ a precio de saldo, montando la coartada de aparentar hallarse en un sitio distinto del que realmente se ocupa. La mercancía averiada se la compraron los de Ciudadanos, utilizando una excusa para evadirse de compromisos previos, para cuyo subterfugio urdieron algo nunca visto: censurar al gobierno del que forman parte.
La rapidez de reflejos de la presidenta de Madrid y una reacción de honradez por parte de algunos cargos de Ciudadanos, ha echado por tierra las pretensiones sanchistas, cuya desmesurada ambición ha acelerado el proceso de unificación del centro derecha, poniendo de manifiesto, una vez más, que Sánchez es un intrigante cuyo concepto de la política se reduce a planear con otros, preparando o manipulando algo para su propio beneficio. Desencajado ante el nuevo escenario en el centro derecha, el ministro Ábalos exclamaba en la Ejecutiva última del PSOE que «Ciudadanos no puede seguir apoyando a esta derecha extrema que trata de aniquilarlos usando los peores métodos. El PP no busca aliados sino cómplices, clientes y vasallos», recordando con sus lamentos aquello del Quijote sobre ladrar y cabalgar.
Sánchez y su ‘gurú’ pensaron que el centro es una mercadería que se compra con ambiciones personales y entre bastidores, como si ese espacio fuera propiedad de alguien. Este ha sido el error de Arrimadas que, como tantos, ha pensado en el centro desde el verbo ‘estar’, cuando el centro es algo esencial que se conjuga con el ‘ser’. No se está en el centro, se es de centro. Y de centro han sido, afortunadamente, todos los gobiernos de la Transición hasta llegar a Zapatero. Hasta entonces, los gobiernos de UCD, PSOE y PP fueron de centro; escorados algo a la derecha, o algo a la izquierda, pero siempre lo hicieron en beneficio del conjunto de la sociedad, sin sectarismos ideológicos. En aquellos gobiernos socialdemócratas de Felipe González no se hubiera dicho que «gobernamos para culminar un trabajo que es bueno para la izquierda de este país», como declaró la vicepresidente Calvo. Por algo será que los mayores críticos con la deriva sanchista son los viejos socialistas que tanto hicieron por la modernización de España, los cuales jamás se hubieran hipotecado con separatistas, populistas y filoterroristas.
Pensar que el centro político es un punto geométrico es un error en el que han caído los distintos intentos realizados con CDS, UPyD y ahora Ciudadanos. Porque el centro político es la ausencia de extremismos, es aceptar que tu adversario puede tener parte de razón, es buscar puntos de encuentro entre los diferentes, es moderación en las formas y solidez en los principios, es una filosofía política, un talante social y una convicción económica de que sólo la libertad individual y el compromiso colectivo engrandecen las naciones. Ser de centro y ser liberal es oponerse a la manipulación de las conciencias y a las derivas totalitarias que tratan a los hombres (y a las mujeres) como seres menores que hay que tutelar. Y ese centro, en España y en los países con democracias avanzadas, suelen ocuparlo los partidos moderados mayoritarios de la derecha y de la izquierda.
Zapatero rompió con principios hasta entonces intocables en la socialdemocracia del PSOE, inaugurando una etapa de frentismo y cordones sanitarios excluyentes del centro derecha en la escena política. Pedro Sánchez ha elevado el sectarismo a niveles jamás imaginados y ha hecho del oportunismo y del ventajismo su norma de conducta. Tras apoyarse en lo peor de cada casa para sacar adelante sus estados de alarma y los presupuestos, intuyendo que con esos compañeros de viaje ni hay fondos europeos ni hay futuro, usó a Arrimadas como coartada para centrarse, olvidando esta que Sánchez es un personaje tóxico y, por tanto, su personalidad egocéntrica y narcisista afecta negativamente a quien a él se acerca. Hubiera hecho bien la lideresa de Ciudadanos de seguir el consejo que formuló Almeida, alcalde de Madrid, en ‘El Hormiguero’: «A Pedro Sánchez ni le dejaría las llaves de mi casa ni le compraría un coche usado».