S de esta Semana Santa
RAÚL DOBLADO
ceros, bullicio de pasos perdidos como si todos los habitantes de la ciudad hubiéramos accedido a un inmenso vestíbulo que no da a ninguna parte, un deambulatorio en el que hacer más llevadera la espera de otro año más, un salón de pasos perdidos donde reencontrarnos camino de ningún sitio. «Y ahora, ¿por dónde vamos?», resultó ser la frase recurrente camino de un templo y de vuelta de otro antes de volver a los bloques de pisos de las barriadas «con sus pedruscos grises exiliados en sus parterres», como los definió Juan Sierra.
Casi al filo de las dos de la tarde, milagrosamente, la puerta de un templo permanece abierta sin fila que la custodie. Entrar en San Gregorio está al alcance de cualquiera. Cualquiera que no sea aprensivo y esté dispuesto a contemplar la alegoría de la Santa Cruz como los monjes de Solesmes contemplan cada día su propia muerte, como Mañara tenía a mano el sudario y la mortaja para ir haciéndose el cuerpo. Allí, sobre el canasto neogótico, la Desnarigada aguarda a los visitantes. No importa la edad que tengan: sabe que, por mucha ventaja que les otorgue, acabará por darles alcance. A todos, incluido el cronista.
Resulta que el paso de la Canina tiene ruedas, que asoman por debajo de los faldones. Nosotros, deambulando de acá para allá, perdemos los pasos. No en vano, ése, allí en San Gregorio, pronto a salir, es el único que nos va a arrollar en un abrir y cerrar de ojos, que dejó dicho San Pablo.