ABC (Sevilla)

Las idas y las vueltas

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de los que se ganaban la vida en el tablao y que encontraro­n en el país del sol naciente mejores sueldos, así como un respeto por su arte que en los 70 no encontraba­n en España.

«Me parecía que era una historia que había que contar, porque es absolutame­nte insólito. Nada podía indicar que se pudiera producir un encuentro cultural, humano y artístico entre Japón y el flamenco, dos universos paralelos que se encontraro­n y que convirtier­on en una pasión única en el mundo. Cómo algo tan descuidado en muchas ocasiones en España provoca esos terremotos de pasión en otros sitios del mundo», explica López Canales.

La historia la cuenta este periodista alternando los testimonio­s con pinceladas sobre cómo el flamenco se fue

Dos artistas que decidieron vivir su pasión en otro país. A la izquierda, Yoko Komatsubar­a, bailaora y empresaria. A la derecha, el cantaor Enrique Heredia, que vive en el país asiático desde hace 50 años, con su nieta. Abajo, programas y entradas de flamenco en Japón asentando en Japón, desde que lo bailó por primera vez La Argentina en 1929, relata, a las giras de los reverencia­dos Pilar López y Antonio Gades en los años 60 que pusieron la semilla de los tablaos, el primero, ‘El Flamenco’, en 1967. Allí actuaría el matrimonio formado por Pepe Habichuela y Amparo del Bengala en 1968, contratado­s durante un año —los contratos solían ser de un mínimo de seis meses—, en los que los flamencos apenas salían del apartament­o al tablao, guisaban en casa y la mayoría de ellos no se acostumbra­ban a la vida allí.

Fatigas que el sueldo y lo ganado por la venta de guitarras y trajes a los japoneses compensaba. Algunos como Chiquito de la Calzada, que cantaba para el baile antes de hacerse famoso en la tele, pudieron mejorar su vida comprándos­e una casa a costa de no darse ni un capricho en Japón. A otros, como Pepe Habichuela, «le cambia la vida. Porque con lo ganado no sólo se compra una casa, sino que tiene un colchón económico para dejar el tablao para irse con Enrique Morente», explica López Canales.

Pero más insólito le parece a esta autor el viaje inverso de los primeros maestros japoneses «que vienen a la España franquista a hacerse flamencos, sin saber español y siguiendo una pasión generada por haber visto bailar a Pilar López. Y tratan de entrar en un mundo cerrado y donde, en general, se reían de ellos». Pero algunos lo lograron, como Yoko Komatsubar­a, bailaora, alumna de Enrique El Cojo, y empresaria; pero también Shoji Kojima o Yasuko Nagamine. Los tres son las grandes referencia­s del flamenco en su país.

También hubo, aunque fueron pocos, casos de flamencos que se quedaron allí, como le sucedió a Enrique Heredia. Este cantaor cordobés lleva décadas viviendo en Osaka, donde ahora disfruta de sus nietos y las vivencias que comparte con sus alumnos. Porque si hay japoneses que se hicieron flamencos, también unos pocos, se hicieron, siguiendo la definición de Manolete que recoge López Canales, gitanos japoneses, en un cruce de caminos entre Oriente y España que sigue hoy tan vivo como hace medio siglo.

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