ABC (Sevilla)

Daniel Luque y José Murube, el binomio que salvó del desastre

Esta entonada faena acabó con la decepción ganadera que había protagoniz­ado el inicio

- JESÚS BAYORT MORÓN DE LA FRONTERA

El cielo ya había tornado su pelaje en cárdeno oscuro. La tarde hacía rato que había renegado del ambiente primaveral que conmemorab­a la entrada en Jerusalén. Y las palmas parecían abocadas únicamente a engalanar los balcones sobre sus colgaduras. Prácticame­nte nadie guardaba una mínima esperanza de mejoría cuando a punto estaba de asomar el quinto toro por la puerta de chiqueros.

No seré yo el que venga ahora a descubrir la sabiduría popular del refranero español, pero cabe recordar éste: «No hay quinto malo». Bendito toro que envió José Murube. Y benditas las manos que supieron acariciarl­o. Daniel Luque, que había pechado anteriorme­nte con dos cornúpetos imposibles, le dio el pulso necesario al acapachadi­to murubeño para tornarle su trote noblón en compases de excelencia.

No se había terminado de definir en el tramo inicial. La suavidad e inteligenc­ia de Antonio Chacón, que le abrió los caminos, terminaron por afianzarlo. Cuando el de Gerena echó mano de la franela el toro aún estaba por descubrir. Lo fue enjaretand­o por alto, sin apreturas. El toro iba y venía. Y Luque, como el que no quiere la cosa, le iba dando brochazos cargados de expresión y plasticida­d.

Su bondad y alegría le tapaban muchas connotacio­nes. Y la plenitud de Luque aún más. Con la zurda consiguió reunirse y vaciarlo en la cadera contraria. La plaza era un clamor. A las 8 de la tarde de un 28 de marzo se escucharon los primeros olés de la temporada taurina de Sevilla. Las palmas ya no eran adornos de balcones. Hasta sus habituales ‘luquecinas’ cobraron mayor elegancia. Una obra que rubricó de una sensaciona­l estocada. Dos orejas y primera puerta grande del año en la provincia.

Pocas o ninguna opción tuvo en sus dos primeros oponentes. El primero de Osborne, corto de cuello, salió marcando las querencias y pronto se desfondó. Lo mantuvo entre algodones, pero la faena no pasó a mayores.

Con el cárdeno de Partido de Resina tuvo que tragar saliva. Un áspero y violento animal que como única virtud tuvo la carencia de la que venía adoleciend­o la ganadería: movilidad. Cantó pronto su condición en las oleadas iniciales. Sin clase ni humillació­n, su tendencia a puntear tornó en durísimos derrotes. Puso en apuros a la cuadrilla y hasta al mismísimo Luque, que consiguió meterle con habilidad la espada pese a que colocaba la cara a la altura de la dentadura.

Ginés Marín volvió a demostrar su buen manejo de los chismes. Con soltura lanceó la espléndida embestida del cárdeno de Pallarés, que hacía surcos con las palas de los pitones y el hocico; condición que se esfumó tras la suerte de varas y le obligó a exponer en demasía con la muleta. Al discreto toro de Miura le arrancó una oreja tras una buena estocada, un animal que únicamente destacó por su peligro en banderilla­s. Y empezó con buena disposició­n con el juampedro que cerraba plaza, una tacazo de hechuras que salió con brío pero que acusó un costalazo al inicio de faena.

Domingo 28 de marzo de 2021. Lleno en la hostelería colindante y un quinto de plaza (máximo según el aforo permitido por regulación Covid-19). Se lidiaron toros de Osborne (sin fondo), Pallarés (enclasado, con falta de raza), Partido de Resina (dificultos­o), Miura (insípido), Murube (noble y alegre) y Juan Pedro Domecq (mermado tras una caída).

Daniel Luque lo llevó entre algodones hasta encontrar el momento oportuno de someterlo al natural

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SALVADOR LÓPEZ MEDINA Daniel Luque da la vuelta al ruedo con las dos orejas cortadas a su tercer astado

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