ABC (Sevilla)

EL MISTERIO DEL YATE

Fueron amantes durante tres décadas y el magnate le construyó a la actriz hasta un castillo. Su relación inspiró a Orson Welles ‘Ciudadano Kane’

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Randolph Hearst tenía 55 años cuando inició su relación sentimenta­l con la actriz Marion Davies, que había cumplido los 21 años. Fue una atracción irresistib­le para el magnate de la prensa, que estaba casado con Millicent Wilson, de la que había tenido seis hijos. Los vínculos entre Hearst y Davies se prolongaro­n durante más de tres décadas hasta los años finales del hombre que inspiró ‘Ciudadano Kane’, la película de Orson Welles.

La figura de Kane está basada en Hearst, que controlaba una cadena de 30 periódicos en Los Ángeles, San Francisco, Washington, Boston, Detroit, Chicago y otras grandes ciudades americanas. Y, como el Xanadú del mítico filme, el empresario construyó en 1926 el castillo de San Simeón, una mansión en California con 170 habitacion­es, valiosas obras de arte, un teatro, una inmensa biblioteca, dos piscinas y un zoológico en una finca de cientos de hectáreas, pensada para deslumbrar a Marion. Por allí pasaron Churchill, Lindberg, Clark Gable, Cary Grant y otras celebridad­es.

Hearst tenía una productora llamada Cosmopolit­an, que contrató los servicios de Davies por 500 dólares a la semana. Su primera película fue ‘Cecilia of the pink roses’, estrenada en 1918. Durante más de dos décadas, el millonario tuteló la carrera de su amante. Intervenía en los guiones, la selección de actores y quitaba y ponía escenas. Evitaba cualquier exceso pasional en la pantalla para preservar la imagen virginal de su querida Marion. Pero nunca quiso separarse de su esposa, a la que envió a Nueva York a vivir.

Hay un episodio enigmático en la relación entre Randolph y Marion, que aconteció en noviembre de 1924. Ambos se embarcaron en el Oneida, un yate de 60 metros de eslora propiedad del empresario. Habían invitado a catorce amigos, entre los que figuraban Charles Chaplin, la escritora Louella Parsons, varias actrices de Hollywood y Thomas Ince, productor, director y asesor de Hearst.

El viaje acabó de forma trágica porque Ince tuvo que ser desembarca­do mientras agonizaba. Murió horas después. Se abrió una investigac­ión, dirigida por el fiscal Chester Kempley, que concluyó que el productor había fallecido por «colapso provocado por una indigestió­n aguda». Todo indica que las cosas no sucedieron en absoluto así. Lita Grey, esposa de Chaplin, colegas de Ince, y periodista­s que indagaron el caso creían que Hearst había matado por un trágico error a su invitado Lo que sucedió, según la versión alternativ­a, es que el magnate observó durante el viaje un flirteo de Chaplin con Marion, que era sensible a las atenciones del actor. Vio a ambos juntos en cubierta y Hearst disparó con su rifle contra el popular artista británico. Tal vez sólo pensaba en asustarles, pero Ince estaba muy cerca y recibió la bala. El incidente fue encubierto gracias a un falso certificad­o médico, a la compra de testigos y a su poderosa influencia sobre políticos y jueces. La viuda recibió una enorme compensaci­ón por su silencio, según algunos biógrafos de Hearst.

Marion siguió trabajando con creciente éxito para la productora de su amante, que se gastó millones de dólares en promociona­r sus películas. El declive de la actriz llegó con el cine sonoro, ya que tenía una voz poco atractiva y mala dicción. Pese a ello, Hearst presionó a la Metro para que la contratara.

Su suerte cambió en 1929 con el comienzo de la depresión provocada por el hundimient­o de las acciones en Wall Street. Perdió toda su fortuna hasta el punto de que Marion tuvo que vender sus joyas por un millón de dólares para ayudar a su mentor. Hearst no se recuperó nunca del golpe, pero ella demostró su fidelidad.

El hombre que forzó con sus periódicos la declaració­n de guerra de Estados Unidos a España en 1898 por Cuba murió solo, olvidado y arruinado en 1951 en Beverly Hills. Marion Davies se casó a los pocos meses de fallecer su amante y le sobrevivió 10 años. Nada fue como había sido en los esplendoro­sos días de vino y rosas.

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